Se acaba de cumplir un año desde el inicio de la invasión de Ucrania por las tropas de Putin y la contienda ha revuelto nuestras ... vidas como ningún otro suceso desde la aparición del virus de la covid. Recordemos que fue allá por febrero de 2022, cuando celebrábamos el adiós a la pandemia, y en ese momento el sátrapa ruso decidió atacar a un país cuyo único pecado era haberse arrimado a la Unión Europea y a la OTAN. Los ucranianos fueron vilmente atacados por querer formar parte del club de las democracias, algo inaceptable para el sátrapa ruso.
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En estos doce meses de guerra Salamanca ha estado con Ucrania, de corazón y con hechos. Aquí vimos cómo algunos salmantinos partían hacia las zonas de combate para rescatar a las familias que estaban siendo masacradas por las tropas del oso de Moscú y después acogimos a los exiliados como si fueran lo que son: héroes en la lucha contra la dictadura de los sucesores de la Unión Soviética. Más de trescientos fueron alojados en centros y casas particulares de Salamanca y la mitad continúa entre nosotros.
Si los salmantinos han demostrado estar a la altura del reto que supone la amenaza de Vladimir Putin contra la democracia y la libertad, no se puede decir lo mismo de nuestro Gobierno.
Desde el primer momento en que se produjo el ataque del tirano ruso, el Ejecutivo socialista/bolivariano ha demostrado su falta de empatía con los agredidos. La extrema izquierda procomunista nunca ha escondido sus simpatías por la causa imperialista rusa y el Partido Sanchista ha sido incapaz de colocar a España a la altura del compromiso que el desafío exigía. La ayuda enviada por Pedro Sánchez ha sido de las más pobres e inútiles entre los países de Occidente. Y sigue siendo así, pese a esos diez tanques que el inquilino de La Moncloa ha anunciado que enviará en cuanto estén reparados de sus múltiples achaques. El Gobierno prefiere gastar miles de millones en subvenciones de todo tipo para comprar votos antes que dedicarlos a contribuir a la defensa de la democracia en Europa. Entre otros motivos, porque sus colegas de Podemos, de Bildu o de Esquerra Republicana están mucho más cerca de las dictaduras comunistas que de las democracias occidentales. Y sin su voto, Sánchez no es nada.
No hay que viajar hasta el Kremlin para comprobar que los totalitarismos marxistas siguen teniendo mucha fuerza en España, a pesar de los horribles crímenes contra la Humanidad cometidos por Lenin, Stalin o Castro. Las atrocidades del comunismo que acabó con decenas de millones de seres humanos en Rusia, en China, en Laos, en Cuba o en Venezuela siguen teniendo adeptos en nuestro país, como en otras partes del mundo. La diferencia es que aquí tenemos a esos canallas metidos en el Gobierno.
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Con esa perspectiva, no resulta extraño que a los socialistas de toda la vida, a los que de verdad creen en la socialdemocracia (en la sociedad y en la democracia) se les hayan quitado las ganas de colaborar en la vida interna del Partido Sanchista, antes PSOE. Así lo demuestra la ridícula participación registrada ayer en la votación para la candidatura de José Luis Mateos a las elecciones de mayo al Ayuntamiento de la capital. Nueve de cada diez militantes no mostraron el mínimo interés por una lista confeccionada en la convicción de que van a perder por goleada. Solo una ruptura de Sánchez con sus coaligados tóxicos en el Gobierno podría dar un poco de oxígeno a los candidatos socialistas al Consistorio salmantino. Pero eso no ocurrirá porque a Pedro solo le interesa seguir el mayor tiempo posible pavoneándose por Europa.
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