La juventud tiene el genio vivo y el juicio débil”. Esta no es una frase mía, es de Homero (S. VIII a.C.), un clásico ... por excelencia pero con una reflexión atemporal.
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Desde que empezó el curso universitario se ha culpabilizado a los jóvenes de la catástrofe sanitaria en nuestra ciudad. Aun siendo realidad la insensatez de muchos jóvenes, creo que es un ejercicio baladí generalizar a toda la juventud de insensata y egoísta. Salamanca tiene una población flotante de jóvenes de entre 18 y 26 años y si vamos a las estadísticas, estamos hablando de unos 35.000 estudiantes. Esta población ha sido desde hace ocho siglos, la sustancia, el alma y el motor económico de la ciudad. Sería muy egoísta por parte de todas las estructuras ciudadanas, no reconocer esta verdad casi absoluta.
Este ojo que observa hoy quiere hacer con ustedes una reflexión. No podemos rasgarnos las vestiduras por los acontecimientos que han sucedido desde que arribaron los estudiantes a la ciudad, porque sabíamos que determinados desmanes iban a ser no una posibilidad, sino una realidad. Y aquí enlazo con la frase de Homero sobre el juicio débil de la juventud. Si algo nos diferencia a los que tenemos otra edad y otras responsabilidades que nos alejan de las aulas, es que nuestro juicio no debería ser débil. Siendo honestos, si los estudiantes no vienen, la ciudad se muere. Estudios hechos recientemente han demostrado que la única industria de la ciudad son ellos, pues de su venida depende todo lo demás. Dicho esto, la cuestión es ¿si sabíamos que el ocio es inherente a los estudiantes, no podríamos haber ofertado un ocio más seguro? Miren ustedes, todas las fábricas han tomado medidas para seguir trabajando en todo el mundo, pero nosotros no hemos tomado medidas suficientes para nuestra mayor industria y fuente de ingresos. No nos hemos preparado y no les hemos ofrecido un ocio adaptado a las circunstancias de pandemia, sencillamente les hemos ofrecido el mismo que había antes de toda esta terrible situación sanitaria, obviando que estamos en otra realidad. El sector del ocio debería haber utilizado el verano para preparar, entre todos los que lo componen y en connivencia con las instituciones públicas y académicas, el nuevo curso y nuestra más fuerte entrada de ingresos directa e indirecta. Así se habría protegido la presencialidad en las aulas, pues nuestras Universidades son presenciales y, por supuesto, al resto de la población. Cuando hay un tapón en una tubería el agua sale por cualquier sitio. Si el ocio se cierra, ellos seguirán buscando dónde hacerlo y esta vez sin control.
Espacios al aire libre para reuniones, rotación de empresarios de servicios y control estricto de entradas y salidas, como en los aeropuertos, podrían dar una opción organizada y más segura a una juventud que es sobre todo, como decía Homero, viva.
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