No podía ser otro el título tras celebrar ayer la fiesta del patrón de conductores y transportistas, San Cristóbal. Especifico el nombre del santo en ... cuestión porque, dada la incultura religiosa, alguno se vuelve loco tratando de descubrir a quién me refiero. Lo mismo me lo confunden con San Benito patrón de Europa, a quien hoy celebramos junto con Santa Olga, esta última de orígenes rusos que bien podía echar una mano al primero y entre los dos poner un poco de paz. En fin, a lo que iba, que ayer en Cilloruelo, como en otros lugares, se dieron cita gran parte de los camioneros del lugar. Junto a ellos, sus familias: eucaristía, bendiciones a vehículos, conductores y pueblo en general, después aperitivos varios y paella. No se podía pedir más, no era necesario, el ambiente de familiaridad era evidente. Tampoco faltó la excelentísima Diputación de Salamanca, que de forma sencilla y entrañable puso su granito de arena haciéndose presente con la diputada y alcaldesa de Machacón, así como con el diputado y alcalde de Peñarandilla. Y en medio de todo ese ambiente de fiesta no faltaba la queja y el lamento, regado con algo de rabia mezclada con resignación e incertidumbre. Las cosas no pintan bien para el mundo del transporte, las dificultades más allá del alto precio del combustible se hacen cada vez más patentes. El sector lo está pasando mal, aunque muchos no lo quieran ver, pero ya llegará septiembre con las rebajas adelantándose a las de enero. Las reivindicaciones en el ámbito laboral en general no pueden caer en saco roto, las del transporte tampoco. Ellos hacen posible, entre otras cosas, que a nuestra mesa llegue el pan nuestro de cada día, pero ellos también necesitan el suyo para vivir. Desde los tiempos de los arrieros hasta el de los camioneros de nuestros días, han sido muchos los kilómetros de lucha, reivindicación, sufrimiento, superación, esfuerzo, trabajo, tesón... y ahora parece que circulamos marcha atrás. Parece que nuestra sociedad ha pinchado o está a punto de pinchar, se está gripando el motor. Me vienen a la mente las palabras de Quevedo: “¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?” En fin, Cilloruelo hizo su fiesta a pesar de los pesares y gracias al espíritu de la gente sencilla y entregada. Esa que vive en permanente disponibilidad al pueblo sin esperar nada a cambio. Esa que sin cargo político, ni remuneración de ningún tipo, da todo lo que puede y más. Esa que no aspira a reconocimiento alguno y que sencillamente disfruta de la satisfacción del amor a su pueblo y a los suyos. Esa que levanta la persiana cada mañana, pone en marcha el motor y rueda con la esperanza de vivir un día más en paz y con un trozo de pan para compartir con la familia. Esa que esboza una sonrisa para ocultar ante sus hijos el amargor del miedo que produce no saber cómo llegar a fin de mes, cómo rodar y rodar cada día.
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