Todos tenemos un nudo en la garganta con la noticia de las niñas de Tenerife. El hallazgo del cuerpo de Olivia nos ha devuelto a ... una de esas crudas realidades, que nos enseñan lo peor de la condición humana. ¿Cómo alguien puede ser capaz de esa barbaridad?, ¿qué puede pasar por la cabeza de un sujeto para eliminar algo tan sagrado como la vida de los hijos?. A menudo la respuesta se repite, estará loco, dicen muchos, o será un psicópata argumentan otros, para encontrar una explicación a lo inexplicable.
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Hace ya bastante tiempo, el psiquiatra forense José Cabrera, que ha conocido a varios de estos individuos, me explicaba que la locura no es una razón para justificar este tipo de conductas. “Es el mal” la verdadera causa, me decía. “A los seres humanos, nos cuesta mucho entender que hay personas que son malas”, me argumentaba. El parapeto de la locura no es más que un mecanismo de defensa, para tratar de entender un crimen de estas características. Con la demencia justificamos conductas inasumibles para las personas normales. Asumimos el bien como algo lógico y pensamos que solo un enajenado, puede ser capaz de acabar con sus hijos para hacer daño a otro. Y sin embargo no es así, aunque sea muy descarnado. La realidad es que hay personas malas, que son capaces de hacer atrocidades con tal de destruir a su objetivo. Así de cruel.
Hace ocho años cuando José Bretón fue condenado a 40 años de prisión le envié una carta a la cárcel. Los psiquiatras y los psicólogos que le habían evaluado, declararon en el juicio que no padecía ningún trastorno mental. Así que, ya entonces era consciente de que le había escrito a una persona muy mala. Mi único objetivo era saber si estaba arrepentido y si la cárcel le había cambiado en algo, después de presenciar su frialdad durante el juicio. Pensé que no me contestaría, pero no tardó en hacerlo. Su primera carta fue para convencerme de una supuesta conspiración contra él y para retarme a visitarle en prisión, cosa que acepté, aunque él nunca llegaría a dar el permiso necesario para mantener ese encuentro. Le volví a insistir una vez más, con pocas esperanzas de leer un mínimo arrepentimiento o un atisbo de perdón, y recibí la misma respuesta. Después fue él quien me escribió varias veces hasta que se cansó porque no volví a contestarle.
En todas esas cartas, que me llegaron a producir repugnancia, solo hablaba de él y de la supuesta injusticia que había sufrido. Ni un párrafo de ternura con respecto a sus hijos. Ni una letra de reconocimiento de todo lo que había perdido. Ni un ápice de tristeza. Ni un solo recuerdo emocionado para dos pequeños a los que usó como un arma contra su madre. Desde entonces sé mucho mejor qué es el mal y también, que hay personas tan malas que son capaces condenarse a sí mismas, con tal de hacer daño.
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