Como en casa en ninguna parte, se dice desde tiempo inmemorial. Evoca un hogar tranquilo, la camillita con brasero, un sillón tan viejo como confortable, ... libros. Lo decían mis patriarcas y yo lo practico, por ser vulnerable y porque estoy a pupilo en una buena casa. Sucede que la apología de la casona y hasta la zahúrda, nos viene ahora de las autoridades sanitarias, que no gritan ¡quédese usted en casa, coño!, pero lo proclaman con el no salga usted, salvo lo imprescindible. Decretar el estado de alarma ha sido imitar lo que el histórico vidente pretendió: evitar la muerte de Julio César, aconsejándole que se cuidara de los idus de marzo.
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¿Permanecer en casita? Uno ha conocido de todo, desde la que se metió en la cama durante años, hasta el que solo aparecía en casa para cambiarse de ropa (él mismo, ya viejo, decía que había pasado más tiempo en la Comisaría que en su hogar). Uno que pasaba noches enteras en tugurios y lechos ajenos, se despistó una madrugada y dejó preñada a su propia mujer. A estos se aplicó siempre la palabra pendón, por su vida irregular, extra-casera, con la adición de “desorejado” cuando su comportamiento era impúdico (esto lo escuché aplicado a nuestra Inés Luna Terrero, y lo comprendí conociendo su biografía).
Miguel Marcos, médico salmantino, ha abanderado el consejo de quedarse en casa, porque sus Twitter sobre el corona-virus se han hecho virales, han dado la vuelta al mundo. Sostiene que la gente no se lo ha tomado aún en serio. Pero es que los españoles somos indómitos, individualistas, nos saltamos las reglas de la convivencia, hacemos lo que nos sale de no sé qué forro, o que dichoso moño. Un solo ejemplo: ¿Han observado a los peatones? Digo los que van a pie, no los ciclistas ni patinetes, que usurpan zonas peatonales. Sus pasos son muchas veces caóticos, inesperados, peligrosos. Muchos - ¡algunos cojos! -, cruzan las avenidas lejos del semáforo, apuran el ámbar o se saltan directamente el rojo. Ni miran, mejor dicho, pasan mirando la pantallita del móvil. Lo que no me cuadra son los pocos atropellos que se registran cuando los riesgos son tantos.
Bueno pues si los peatones son ingobernables, montaraces, ¿qué podemos esperar de posibles portadores del virus? Algunos, dispuestos no ya a quedarse en casa - que consideran un arresto domiciliario -, sino que siguen alternando, echando la partida con los naipes sobados, chateando de cafetería en taberna, escupiendo, refregándose, y sin lavarse las manos, como si la pandemia no fuera con ellos. Al fin y a la postre les da lo mismo, ellos solo sufrirían unos días de febrícula. Olvidan que a los viejetes vulnerables, con otras patologías, les pueden contagiar y mandar al huerto. Conducta irresponsable que equivale al ¡que les vayan dando!, que aquí sobra mucho personal.
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Pero ¿qué hacemos con “el Benja”, detenido ayer otra vez? El Benja es un sintecho, de los que rechazan cualquier albergue oficial. Su yacija de ropa vieja y cartones, en un cajero o en un portal, nos recuerda que no todo el mundo tiene hogar. Y multiplicando su imagen, nos viene la de los apátridas, refugiados, huidos...que pueblan demasiados rincones del mundo. No todos tenemos una puerta, ante la que un repartidor deja el periódico, la leche o el paquete de Amazon. Los que hemos currado para cobijarnos entre paredes con calefacción, recibimos ahora insistentemente el ruego de no salir. En Igualada es una orden (la Guardia Civil por medio). Y acaso mañana, con el estado de alarma, sea un ¡todos confinados!, con obligación de permanecer en el domicilio, sea el domus romano, la casona del pueblo, o la vivienda domótica de la capital.
Permanecer hoy en casa ya no es un castigo, como podía serlo antaño. Es muy llevadero. El mismísimo ET gemía “teléfono, mi caasaaa...”. Hay nevera, móvil, televisión e Internet. La comunicación con el exterior está garantizada, incluso en directo y en pantalla; los periódicos en la red, usualmente desencriptados; muchos libros en Internet de lectura gratuita. Es decir, la navegación en libertad. Si, navegar, porque en Grecia quien llevaba el timón de la nave era el kybernetes, que dio nombre a la moderna cibernética; porque ahora entrar en la red es como embarcarse con José Luis Perales en un velero llamado “Libertad”, para recorrer el mundo, descubrir gaviotas y pintar estelas en el mar.
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Acaban de pasarme un enlace para visitar virtualmente - ¡sin hacer cola ni pagar! -, diez de los mejores museos del mundo. ¿Me acompañan a la Galería dei Uficci? Adentrémonos confortablemente en sus tesoros. Ojo, sin salir de casa.
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