Hace unos días me quedé frente a la pantalla de RTVE para ver y escuchar al presidente del Gobierno en una de sus (en palabras ... de Amando de Miguel) homilías y, en verdad, noté un notable enriquecimiento en las florituras del lenguaje, dentro de las cuales se acuñan nuevas expresiones.
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Por ejemplo, toda la vida de Dios se ha llamado “lazaretos” a los hospitales improvisados para atender a los enfermos contagiosos. Ahora se han elevado a la dignidad de “hoteles medicalizados” o pabellones deportivos. Lo grave es que los hospitales de toda la vida casi se han cerrado a las demandas de los pacientes con otras dolencias que no son la del maldito virus de China.
Aparte de la señalada, hay también otras novedades. Por ejemplo, tutearnos a todos o asimilar ciertas expresiones anglicanas, como “permitidme que os diga” (let me tell you). Lo más divertido de ese nuevo género de las homilías de la Moncloa, entre literario y dramatúrgico, es que las preguntas de los periodistas las hace un alto funcionario, quien naturalmente las filtra. Además, no se emite una respuesta sino una disertación.
Pondré un ejemplo. Alguien preguntó si para salir del agujero pretendía reproducir un “pacto de la Moncloa”. Sánchez contestó que sí, pero lo aderezó con más de diez minutos de palabrería.
Según el citado De Miguel, el presidente del Gobierno y sus edecanes recurren con frecuencia al “absolutamente”, al “total y absoluto”, al “todos y cada uno”, al “única y exclusivamente”. Destaca también el gusto por los circunloquios. Por ejemplo, “el conjunto de los ciudadanos y ciudadanas” (los españoles). Se apela mucho ahora a este “ámbito” o al otro y a “los distintos ámbitos”. Queda muy bien decir “en un momento determinado”, como si pudiera haber momentos que no son determinados. También es sabido el gusto por el “muy importante”, sin saber muy bien a quién le importa.
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Parecería que, como las viejas homilías religiosas, los oyentes (los fieles) han de quedar exhaustos. Además, Pedro Sánchez ha importado un nuevo término: la “empatía social”. Supongo que es algo así como la caridad de toda la vida. Contagiado por el cientificismo de sus expertos, recurre mucho a la expresión “en función de”. Le gusta mucho la acción de “bajar la guardia”, que sólo se emplea en forma negativa: “No hay que bajar la guardia”. En efecto, sería un escándalo que alguna autoridad bajara la guardia.
¿Y qué va a pasar dentro de un par de meses en la economía española?
Vamos, no pregunte usted eso, no sea agorero.
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