La política es un juego. La cuestión es que esa realidad la viven y la conocen solo los políticos. Seguramente, por ese motivo, entre otros, ... tanta desafección de los ciudadanos frente a ese arte que lo fue en la era aristotélica -zoon politikón-, cuyo decaimiento es patente, doloroso y de pronóstico reservado. A la política, en las últimas décadas, han llegado jóvenes salidos de las universidades con experiencia nula en la gestión y, casi me atrevería a decir, que en la vida misma. Sucedáneos probéticos creados a partir de la endogamia en los partidos y crecidos en el noble arte de medrar. A eso hay que añadir argumentarios basados únicamente en decir justo lo contrario que mi o mis rivales. Tanto si sus propuestas son razonables, o incluso positivas, como si no. Ah, y los insultos, las descalificaciones y las pseudoideologías. A este excelso panorama, hemos de unir que cuando los argumentarios pueriles se van agotando o la cuestión tiene que ver con cifras comienza la guerra por retorcer las estadísticas. Donde el gobierno central ve datos positivos, el autonómico de turno ve “una política errática”. Y viceversa, por supuesto.
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En esta semana hemos conocido cifras sobre el desempleo en nuestra ciudad y en nuestra comunidad que no son exactamente positivas por más que juguemos a la guerra de cifras. Lo mismo que se dice cuando conocemos los datos de tráfico que un muerto en carretera es un desastre irreparable, un parado más debe ser tomado como un drama personal y familiar sobre el que poner toda nuestra atención. A ese formato antes referido de quienes nos gobiernan y a ese juego que solo ellos disfrutan, tenemos que sumar la infoxicación con cifras. Esas que nos leen de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de arriba abajo y viceversa, hasta conseguir que sirvan para fortalecer sus escasos argumentarios. Y así van pasando los días, unos en el machito y los otros pasando las de Putin. No es extraño que el Premio Nobel de Economía 2017, Richard H. Thaler, invitado a la inauguración del Congreso Internacional sobre Economía de la Longevidad, organizado por el Centro Internacional de Envejecimiento y la Fundación de la USAL, se descolgara con la frase “muchas personas quieren trabajar, pero no se lo permiten los políticos”. Lo siguiente fue augurar el quebramiento del sistema actual de pensiones, recomendar retrasar la edad de jubilación o tirar de la inmigración como fórmula para conseguir mano de obra, por supuesto, reduciendo salarios y pensiones. Pues que nos rebajen el IVA de las sogas, teniendo en cuenta que el número de suicidios en nuestro país, de lo que no somos ajenos por estos lares, se ha triplicado en pocos años. Frente a este escaparate, solo nos queda superar como podamos cada Black Friday que supone salir a la compra.
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