Iglesias, el tóxico

Domingo, 27 de diciembre 2020, 04:00

La decisión de meter en el Gobierno a Pablo Iglesias y sus gentes no le saldrá gratis a nuestro país. Para empezar, Iglesias ha sacado ... al debate público temas -que ya sufrimos en el pasado y que trajeron consecuencias a menudo trágicas- como ese de Monarquía y República (como si no existieran monarquías impecablemente democráticas).

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Mientras en el pasado de España se discutían esos temas, incluidas las discusiones religiosas y militares, España acumuló decadencia. Pero llegó la Transición (que este indocumentado quiere destruir) y el país se transformó por completo, se conectó con Europa y se comenzó a pensar y hablar de los mismos problemas que al otro lado de los Pirineos. Objetivamente, hay muchas más diferencias entre la España de hoy y la de 1975 que entre esta y la de 1808.

Ignacio Varela ha repasado los últimos 50 tuits del vicepresidente del Gobierno. En sellos, los asuntos más tratados son: en primer lugar, con gran diferencia, todo lo que tiene que ver con la revisión sectaria de la historia, algo que parece obsesionarle. La Guerra Civil, la represión franquista, todos los espectros de la izquierda vieja se dan cita una y otra vez en sus mensajes. Se diría que Iglesias -nacido precisamente en el 78- trata desesperadamente de ganar la guerra en la que no combatió, derrotar a la dictadura que no padeció y protagonizar el pasado que no vivió. Lo cual representa un comportamiento patológico, una patología política en el peor lugar y en el peor momento posibles: la España de la pandemia, de la depresión económica y social.

El segundo tema más frecuente de la antología tuitera de Iglesias es la impugnación de una imaginaria monarquía absolutista, con Felipe VI trasmutado en Fernando VII, y el “horizonte republicano” como la nueva tierra prometida para el pueblo oprimido... por la oposición.

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El tercero es el ataque a una derecha “proveniente del franquismo” que, según él, patrocina una “operación judicial, militar y mediática” para derrocar al Gobierno Progresista sin pasar por las urnas (no dice nada del triunfal asalto monclovita a la cúpula del principal grupo mediático, con la ayuda sumisa del empresario más poderoso del país).

El cuarto, la exaltación de los nacionalismos separatistas y la subida a los altares de todas las esquerras y bildus que pueblan la coalición oficialista. Y, finalmente, la defensa del separatismo más extremo del cual ejerce de representante en Madrid.

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