Parece ser, y cada vez hay menos dudas, se pongan como se pongan algunos, que el planeta se calienta y recalienta. Las cabezas de muchos ... humanos también, lástima que el corazón sufra el efecto contrario. Cierto es que en este país pasamos de cero a cien en nanosegundos y viceversa. Es curioso cómo esto del enfriamiento global afecta a todos los ámbitos de la sociedad, sólo hay que levantar la mirada y observar un poco. Por ejemplo, en nuestro pasado más reciente, la Semana Santa cada vez más turística y menos religiosa y espiritual, salvo honrosas excepciones. Quizá no sea solo enfriamiento sino desvirtuamiento de la realidad, se respira una especie de difuminación en el ambiente. Es como si no se viviese la vida con la misma intensidad y compromiso de otros tiempos. La aldea global está conformada por seres con un marcado carácter individualista. Hemos vivido la época del romanticismo, el expresionismo, el cubismo, el dadaísmo, el modernismo, el posmodernismo y muchas más, pero hoy parece que nos toca la época del “yoyoismo”: primero yo, después yo y finalmente yo, es decir, siempre yo. Es un arte que está cobrando mucha fuerza y que se pone de manifiesto en muchos ámbitos de la sociedad, en colectivos y en individuos, atentos a la jugada que hay elecciones próximamente. En medio de tanto enfriamiento global no queda más remedio que tirar del método, el sistema, el protocolo y la burocracia. Todo esto, a mi parecer, no viene más que a demostrar el enfriamiento global de los sentimientos, así como el del respeto a todo ser viviente que pulula por el universo. Ya hemos superado los límites y no nos conformamos con confundir churras con merinas o el culo con las témporas, ahora deshumanizamos al ser humano y humanizamos al resto de la creación. Triste y lamentable me parece que tengamos que llegar a protocolos para relacionarnos con los demás, especialmente con los menores. Supongo que es justo y necesario, dado que hay mucho ser humano descerebrado, con poco corazón y escaso de sentimientos. Ahora bien, la ley, la norma y el dogma no son suficientes, tampoco lo será el protocolo. Mi abuela, mi madre y mi padre tenían muy claro el protocolo y no hacía falta tenerlo por escrito, era cuestión de educación y de saber estar, “aquí se respeta a todo bicho viviente, desde la hormiga hasta la abuela”, no había lugar para la más mínima duda. Hoy el estado de confusión en el que nos vemos inmersos dificulta mucho las cosas y lleva a medir a todo el mundo por el mismo rasero, algo muy injusto y desafortunado pero ya se sabe: “a río revuelto ganancia de pescadores”.
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Dentro de todo esto me agrada que el obispo apruebe el “protocolo de protección de menores y adultos vulnerables en la Diócesis de Salamanca”, ya es hora de que alguien intente poner orden, pero al mismo tiempo me entristece enormemente que sea necesario tal protocolo. ¿En qué mundo vivimos? ¿Hasta dónde va a llegar el enfriamiento humano?
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