El exceso de autoestima, que es como llamamos coloquialmente al ego, no es recomendable. Si como mantiene Rajoy el de su ex ministro Margallo es ... estratosférico, además de incomodísimo para el prójimo es reprochable. Efectivamente, José Manuel García Margallo, como él mismo reconoce, “nunca tuvo problemas de autoestima” por no confesar que su inmodestia es escabrosa. La conocemos quienes estuvimos cerca, en mi caso las dos legislaturas de la transición, durante las que fuimos “jóvenes turcos”, e hicimos juntos muchas más cosas. Acaba de publicar sus “Memorias heterodoxas”, que pretendiendo ser distintas, discrepantes de las habituales -suelen ser una mezcla de autobombo, ajustes de cuentas y ninguneos-, incurren en el viejo pecado de la altanería.
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El relato biográfico de JM, que se subtitula “De un político de extremo centro”, resulta divertido, aunque podía haber ocupado una sola página, la primera. Recordando la película de Juan de Orduña “Alba de América”, sostiene con una ironía no exenta de altivez, “hice de paje de Colón, en una escena que incomprensiblemente no ganó el Oscar”. Gerineldo, Gerineldo, paje del Rey más querido, JM empezó su vida política de adolescente en las juventudes monárquicas de don Juan de Borbón, se dejó querer por Pío Cabanillas, y todavía no ha parado. Ayer ocupó otra primera de El País, diario tan objetivo grrrrrrr siempre con la derecha. La logró afirmando que “Casado no ganó las primarias”. ¡Hala! Él obtuvo tan pocos apoyos, que dijo con su humor ácido, que daría las gracias uno a uno a sus votantes. En Salamanca no tuvo ningún aval.
Margallo fue un legítima ambición, que llegó a ser nada menos que ministro de Exteriores, porque posee una privilegiada cabeza -de las mejor amuebladas que he conocido-, pasada por Deusto y por Harvard. En el Foro GACETA al que logré viniera, hizo una cumplida demostración de ello (además de propiciar un armisticio entre este malvado columnista y su pariente y diputado Bermúdez de Castro). Pero para ser el líder de un partido hay que prescindir de la inmodestia superlativa y perdonar la vida a los demás, que no son tan listos ni están tan preparados. Permanecer en el gallinero haciendo siempre de “gallo Margallo” (como le bautizó Jiménez Losantos), suele truncar sueños y delirios. Seguirá enredando.
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