Diario de un confinado

Sábado, 2 de enero 2021, 04:00

No está mal el primer amanecer del año nuevo espabilando los cansados huesos, mientras escuché el último movimiento de la 7ª Sinfonía de Bethoven. Sintonizada ... Es.radio, lo presenta ese hombre orquesta que es Andrés Amorós, catedrático de literatura, profesor de tauromaquia, y maestro de música, que divulga como nadie. Desayuno y pongo la cadena trece para participar de la misa del Papa, pero mientras llega la hora están dando un concierto de piano enlatado, a cuatro manos, con los argentinos, Martha Argerich - ascendencia española -, y Daniel Barenboim. Cuando va a actuar el tercer ché seguido, Bergoglio, que no es precisamente futbolista, ni dios como Maradona - “solo” su representante en la tierra -, advierten que el ciático le ha dejado fuera de la alineación. Le sustituye un Cardenal y se lee el hermoso Evangelio de San Lucas, sobre el portal de Belén, en el que “María guardaba todas estas cosas (las que decían los pastores del bebé Manuel) y las meditaba en su corazón”.

Publicidad

Era por tanto el día de los manolos, manolazos, manolitos, litos, manus...Tiro de watsap calentándolo y preguntándome que haríamos estas fechas, tan comprometidas familiar y socialmente, cuando no existía ese prodigioso chisme. Al concluir la lectura del Evangelio, recuerdo un delicado comentario del olvidado José María Pemán, que estará cogiendo polvo en mi biblioteca de la capital, con parecido título: “Lo que María guardaba en su corazón”. Es uno de los pasajes mas bellos de los muchos que tiene la Biblia, tan poco leída en estos pagos, aunque sea “un libro tesoro de un pueblo” en el que según Donoso Cortés y algunos ignorantes como servidor, se han inspirado tantos poetas y escritores. Ya me dirán del “Cantar de los Cantares”, cuya traducción del hebreo al castellano le costó a Fray Luis la cárcel. En cambio, el peruano-salmantino Pérez Alencart, que ha rodeado por Portugal para traducir a su amigo Salvado, no ha tenido problemas para transcribir esas inmortales expresiones amatorias, como “tus ojos son palomas a través de tu velo”, o “tus senos son como dos añojos gemelos de gacela que pastan entre azucenas”.

La tarde que lo conocí pregunté al gran Claudio Rodríguez, cual era a su juicio el verso – no el poema -, mejor del castellano. Aún no estaba jumado - pero ya con el güisqui delante -, y sostuvo que “el soto y su donaire”, del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. He escuchado otras opiniones menos elevadas, y ¡qué difícil es señalarlo!, sobre todo cuando se tienen tantos y tan grandes poetas, como el propio Claudio, que con 17 añitos ya escribió, para iniciar el primer poema de “El don de la ebriedad”, que “Siempre la claridad viene del cielo”. Un culto diría que el final del soneto de Góngora sobre el carpe diem, que anima a la dama a que goce antes de que se agoste su belleza en la edad dorada, antes de que se convierta “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada” (verso que ha inspirado otros muchos, y la inscripción de la tumba de Ramos del Manzano en nuestra iglesia de San Julián). Un romántico se lanzaría con “volverán las oscuras golondrinas” de Bécquer. Un apenado porque el virus le ha privado cruelmente de un amigo, con la elegía de Miguel Hernández “yo quiero ser llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas / compañero del alma, tan temprano...”

El caso es que no había acabado la eucaristía en Roma, cuando ya estaba en la tele el concierto de Viena, sin público, y por tanto sin las palmas finales acompasadas a la marcha militar que ustedes saben. Pero hubo por internet catorce mil, de siete mil almas que se comprometieron a aplaudir. No es lo mismo, pero es lo que hay. O sea, una cursilada de compases, flores y ballet, este año con coreografía de un español, que ha hecho levitar a los bailarines sobre arena y sobre hierba, pobres. Pero ese, de algún modo amaneramiento artístico, cautiva la vista, el oído, el espíritu, y seguirá subyugando en el futuro a medio mundo. Como muchos de ustedes lo habrán visto, pues lo de siempre, la extensa familia Strauss, y como último vals el más famoso del mundo, el “Danubio azul”, río que no es solo vienés, ni siquiera austriaco – discurre nada menos que por diez países -, ni es desde luego “azul”, como comprueban desolados los turistas, sino el mas contaminado de Europa, y que colabora con sus sucios vertidos a que el Mar Negro - donde desemboca -, se siga llamando Negro.

Publicidad

Hay que comer. Mientras lo hago, decido transcribir mi diario.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad