Escribo esta columna desde La Palma. Y parece como si hubiese dos islas en una sola. Por un lado, está la parte oriental, que no ... se encuentra muy afectada por la erupción, salvo cuando los vientos llevan las cenizas hasta la capital y también cierran el aeropuerto. Por las calles y aceras de Santa Cruz se notan estos días restos depositados en el suelo, y poco más. Me cuentan que ha habido jornadas en las que todo ha estado cubierto por lo que expulsa “el bicho”. Por lo que he podido percibir se hace vida más o menos normal, con la mayoría de los viandantes con mascarilla en el exterior, no sé si por culpa del fenómeno en cuestión o como consecuencia de la pandemia. Cosa bien distinta es lo que sucede en la vertiente occidental, en los municipios de El Paso y especialmente en Los Llanos de Aridane y Tazacorte, por citar tan solo estos tres, en los que la ceniza es mucho más visible en las calles, carreteras, aceras, paseos y en los tejados de los edificios. Me cuentan que en semanas pasadas se han tenido que emplear a fondo en las tareas de limpieza. Cuando sopla el aire las cosas se complican porque la arenilla de las cenizas volcánicas se te viene encima y necesitas protegerte la cara y los ojos en particular.
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Hay dos volcanes: el de día y el de noche. Con la luz diurna se contemplan las columnas de humo que oscilan entre un blando grisáceo y un negro denso que emanan del cráter y también cuando la lava alcanza el mar y entra en contacto con el agua. Al llegar la noche el panorama cambia completamente y los ríos descendentes de lava se distinguen por su color rojizo. Es un “espectáculo” que sobrecoge. Y escribo entre comillas porque me resisto a denominarlo con esa palabra, porque detrás hay mucha tragedia. Se podría dividir a la población en dos grandes grupos. En uno estarían los que se han visto afectados directamente, porque hay personas que se han quedado sin nada, si casa, sin trabajo, sin explotación agraria, sin esperanza casi. Otro grupo más numeroso ha sufrido menos daños económicos pero sí anímicos. Han pasado ya casi dos meses. Me contaba un platanero que necesita escaparse cada pocos días a la zona nordeste de la isla para tomarse un respiro y huir del ruido, del humo y de las cenizas. Finalmente, están aquellos que, viviendo en la misma isla, llevan una vida que se podría denominar normal y que ven con buenos ojos la llegada del turismo que deje recursos. Por cierto, desde que aterricé, he podido “sentir” dos terremotos. Es una sensación difícil de describir, que podría denominar rara, que ya viví hace unos cuantos años en San José de Costa Rica. Y, como telón de fondo, los viajes de Sánchez, las promesas de ayuda y la incredulidad de muchos isleños
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