En cualquier guerra, y la lucha contra la oleada de incendios forestales que se nos ha venido encima este verano también lo es, el conocimiento ... del territorio que se pisa es uno de los elementos más importantes a tener en cuenta. Y, hoy por hoy, los que tienen este conocimiento son los habitantes de nuestros pueblos, en su mayoría agricultores y ganaderos.
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Los bomberos forestales, los miembros de la UME y el resto de profesionales que trabajan en las tareas de extinción poseen los conocimientos técnicos, deben tener la preparación y los medios materiales adecuados para su extinción, pero desconocen en profundidad el terreno que están pisando, por la sencilla razón de que van de un lado para otro allí donde son necesarios.
Por eso parece lógico que, cuando llegan a un sitio determinado cuenten con la ayuda, la colaboración y el conocimiento del terreno que poseen los habitantes del lugar y especialmente los agricultores y ganaderos que se patean con frecuencia el campo y el monte del término municipal de su pueblo. Se trata de unir la técnica y la experiencia de unos, los profesionales, con el saber del terreno de los otros, los agricultores y ganaderos, y sumar los medios de todos, ningún tractor ni maquinaria de movimiento de tierras sobra para hacer frente al enemigo común, el fuego, bajo la coordinación de la autoridad competente.
Entiendo perfectamente que esta última y sus diferentes agentes, como la Guardia Civil, Policía Local y demás cuerpos, intenten evitar a toda costa que pueda haber víctimas entre la población civil y que, por eso, impongan la evacuación de los pueblos. Pero también entiendo que los agricultores y ganaderos que ven sus tierras, casas, naves y animales en peligro quieran quedarse allí para salvar sus propiedades y colaborar voluntariamente en las tareas de extinción, aportando su conocimiento del lugar. ¿Qué razones hay para prescindir de ellos si pueden ayudar, especialmente en los momentos iniciales? Y, sobre todo, ¿qué motivos hay para amenazar con multas e incluso llegar a imponerlas? En los últimos días he recibido varias llamadas de agricultores y ganaderos de la provincia de Salamanca en las que se quejaban, primero, de que no se contase con ellos; en segundo lugar, de las amenazas que han debido soportar y, por último, de lo que viene después del incendio, con prohibiciones de acceder a las fincas así como otra serie de exigencias fuera de toda lógica.
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¡Todos contra el fuego! fue el lema de una campaña de finales de los ochenta y principios de los noventa, que tuvo un gran impacto en aquel momento. Llegados a este punto conviene recordarla e insistir en que, en la lucha contra el fuego, no sobra nadie: desde las personas que en retaguardia preparan bocadillos y se ocupan de la intendencia, hasta los que se juegan la vida en primera línea, pasando por el conocimiento de su tierra que tienen los habitantes que todavía quedan en los pueblos.
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