Para los Reyes Magos y para este recién estrenado 2023 tengo una larga lista de deseos imposibles. Casi todos bordean lo prodigioso, pero claro, si ... fueran peticiones fácilmente realizables no haría falta la intervención de los hechiceros de Oriente ni el milagroso espíritu navideño. Estas son fechas apropiadas para las maravillas, así que, como diría el filósofo Marcuse, seamos realistas y pidamos lo imposible.
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Comenzando por lo más prosaico y cercano, deseo que Renfe conceda a Salamanca las comunicaciones por tren que necesita y se merece. Eso supondría no solo recuperar el cuarto Alvia, sino también ofrecer todos los servicios necesarios para que tengamos la posibilidad de ir y venir de Madrid en horarios practicables y cómodos. A poder ser, sentados y no de pie en el pasillo.
Pediría también que el Gobierno acelere las obras de electrificación de la vía hasta Fuentes de Oñoro, con la esperanza de verlas terminadas antes de que desaparezcan los coches de gasolina, allá por 2035, porque los trabajos llevan camino de batir el récord del nuevo Hospital (13 años y falta rematar el derribo y levantar el edificio de consultas).
Puestos a soñar, imaginemos que 2023 se convierta en el año en que la provincia empiece a recuperar población, tras la sangría continua de habitantes desde la crisis de 2008. Para no ponérselo muy difícil a sus Majestades, me conformaría con que la cifra no bajase de los 326.000 habitantes que todavía disfrutamos de la vida en esta tierra.
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Es un año de elecciones y por tanto, la peor época para solicitar a los Reyes que vuelva la serenidad, la cordura y el entendimiento entre los políticos que rigen nuestros destinos. Pero sería la repera.
Como sería muy bello que en Castilla y León, donde no hay elecciones, el vicepresidente de la Junta dejara de montar bronca y pusiera a sus consejeros a trabajar, sobre todo para compensar los agujeros negros de inversión que deja en Salamanca el titular de Cultura, Gonzalo Santonja, tras un 2022 de castigo sin culpa. Eso, o que el presidente Fernández Mañueco ponga a García-Gallardo en su sitio, que no es otro que el rincón de pensar. Y que se terminen o al menos se reduzcan sustancialmente las inaceptables listas de espera para operarse en Salamanca, que vuelvan los médicos y los pediatras a los centros rurales, que la atención vuelva a ser presencial en Sacyl y en el reto de las administraciones públicas, que bajen los precios, que suba el empleo de calidad, que no tengamos otra oleada de covid y que los chinos no nos engañen como a compatriotas con datos falsos, que el Gobierno no haga trampas con las estadísticas del paro, que Putin pierda la guerra y desaparezca devorado por el sumidero de la historia... Por pedir que no quede.
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Y ya dentro del territorio de la tierna ilusión, rogaría que Pedro Sánchez se caiga del caballo, se golpee la testa con una piedra (imaginaria) como su santo tocayo, y adquiera los fundamentos democráticos que se le suponen al presidente de una nación como España. Un sueño propio de la candidez de la infancia o de la influencia de los opiáceos. Ni ayudados al unísono por Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás, el Olenchero vasco y el Joulupukki finlandés podrán los Magos conseguir que Sánchez abandone las malas compañías y se ponga a trabajar para reconstruir el país en lugar de contribuir a malbaratarlo en la almoneda de sus pactos malolientes. Nos conformaríamos con que las circunstancias, pongamos el caso de un batacazo histórico en los comicios de mayo, le obliguen a acortar la legislatura y nos libremos de él antes de finalizar el año. ¿Es pedir demasiado?
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