La izquierda española está ya invadida por los movimientos “identitarios” (feminismo radical, nacionalismos, LGTB, etc., etc.), lo que no puede llevar sino a la destrucción ... de la izquierda como adalid que fue de la igualdad, defensora de la dignidad humana de los explotados.
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El analista Douglas Murray ha descrito este fenómeno identitario como locura colectiva. Según Murray, porque ello implica el fin del individuo, que se disuelve en la tribu. Esta nueva invasión divide a la sociedad en grupos enfrentados: lucha de sexos, de razas y de orientaciones sexuales... Al hacerlo, colectiviza tanto la responsabilidad moral como el pensamiento, los intereses y las necesidades. Por ejemplo, si Fulano le pega a Mengana, no se trata de una agresión de pareja, sino de un episodio más de la eterna batalla en la que los hombres intentan dominar a las mujeres.
Por cierto que Murray es homosexual y ha escrito a este propósito: “Gay es el sujeto que se siente atraído por su mismo sexo, pero no lo considera como un rasgo especialmente interesante, ni lo vive como la esencia de su ser”.
“El violador eres tú”, no es un eslogan, está en la letra de la ley española: “Violencia de género es la que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas” (art. 1 Ley de Protección Integral contra la Violencia de Género, España).
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La identidad política (identity politics en inglés) es ya una pseudoreligión y confirma una tesis conservadora: que el hombre necesita criterios morales, necesita creer en el Bien y el Mal. Es la nueva religión, el Bien es la defensa de las mujeres y de las minorías raciales y sexuales frente a la opresión heteropatriarcal; el Mal, el machismo/racismo/homofobia.
Otra derivada es el victimismo. La mujer debe sentirse víctima, el negro debe sentirse discriminado, el homosexual debe sentirse perseguido. Es tentador poder creer que, si fallé en aquel examen de acceso a la Universidad, o si no tuve una carrera profesional tan brillante como esperaba, fue, no porque me faltara talento o esfuerzo, sino porque el sistema me discriminó por mi sexo, raza u orientación sexual.
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Pero lo malo de toda esta pamema es que los gobiernos y las grandes empresas han comprado semejante discurso ideológico. De ahí la creación de una costosísima “burocracia de la diversidad” que lucha por incrementar las ratios de los grupos supuestamente discriminados. Un negocio para unos y un despilfarro para el resto.
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