Cuando acaba de llegar la primavera y escuchas a Vicente del Bosque decir en El País que la lectura del periódico es el mejor rato ... del día, no puedes dar la brasa ni un mal rato a los lectores, hablando del “bicho”. Así es como llamó al virus, ayer en la GACETA, una paisana de Pastores, 68 vecinos. Recordé a Sancho Rof, ministro de Sanidad cuando en los ochenta se produjo la mayor intoxicación alimentaria de nuestra historia (más de 4.000 muertos y unos 25.000 afectados). Antes de que se advirtiera que todas las víctimas habían tomado ensalada, el ministro declaró – “tierra, trágame” -, que se trataba de un bichito, “tan pequeño que si se cae de la mesa se mata” (¡). Resultó ser el aceite de colza con anilina. Quien nos iba a decir que muchos años después veríamos paisajes del campo charro con parcelas de amarillo intenso, por la colza sembrada.

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Pero ¿porqué no aliviarse con otros bichos y bichas? Alguno se preguntará ¿pero es que hay bichas? Crecí jugando bajo una de ellas, a la trasera de la casa paterna, en la Plaza los Sexmeros. Malocha Pombo la inmortalizó al óleo e ingresó recientemente en el Centro de Estudios Salmantinos donándola: la bicha de San Julián, antiquísima escultura que, como tantas del bestiario románico, resiste al tiempo. En Arquitectura se describe como figura fantástica, en forma de mujer de medio cuerpo arriba, y de pez u otro animal en la parte inferior. La de San Julián no es precisamente una sirena. Pero no sigo con bichas, culebras, sus parientas las arpías, la Parca, ni la tarántula (“un bicho mu malo”, según el famoso zapateado de la zarzuela “La Tempranica”), porque no están los tiempos de exacerbado feminismo para tanto riesgo.

Si me atrevo a hablar de los “bichos raros”, esos individuos extraños que medimos mirando de arriba abajo. Por cubrir mi vena pedante, citaré la famosa “Metamorfosis” de Kafka. No lo lean, porque él fue un bicho rarísimo. En la primera página ya transforma al protagonista en un insecto, un artrópodo o yo que se. Mejor acudir a nuestro Nobel Cela, porque además emplea la expresión en sus “Nuevas andanzas de Lazarillo”, refiriéndose a la cuna de Lázaro de Tormes. Cuando este se queja porque “don Roque me miró con sus cristales como si fuera un bicho raro”, y le pregunta si es de Tarancón, el muchacho responde orgulloso: “No, soy del campo de Salamanca”.

Por estos pagos, el bicho lígrimo siempre fue el hurón, que se emplea para meterlo en los bardos y espabilar conejos. Uno tuvo la suerte de ir una vez de caza con Dionisio Rodríguez, de Villavieja de Yeltes, legendario ganadero de aquellos bravos Santa Coloma, cuya gran afición eran los perros. Había que ver como trabajaban los suyos sacando conejos entre las peñas. Pero también fui a bichar - escopeta al hombro -, con Joaquín Madruga y mi primo Manolo – Estella “el bueno” -, y el mejor bichero que he conocido, Vidal “Escaleras”, del Casino de Tamames. No tenía nada que envidiar al bichero de Tordehumos del que nos habló Miguel Delibes. Amaestró un par de hurones que no dejaban agujero con huéspedes. Era un escándalo ver como salían despavoridos conejos y gazapos, ignorando que les esperaban unos inclementes escopeteros, para disparar sin piedad a tenazón. El mejor era el “Licinio”, bicho bizco, como lo era el entonces ministro franquista Licinio de la Fuente. Jamás hizo carne ni se quedó en la hura a dormir la siesta tras el banquete. (Tengo que releer las crónicas sobre caza del “Guarda Mayor”, aquella buena escopeta y mejor pluma que dirigió este periódico, Nicolás Dorado. Firmó páginas excelentes sobre esta modalidad venatoria y su protagonista el bichero Baudilio).

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Lo de “bicho malo nunca muere” lo comprendo porque me lo han dicho en sucesivos arrechuchos que superé, y no pienso defenderme. Pero lo que nunca entendí es eso de ser “más malo que el bicho que picó al tren”. O sea, el no va más en bicho, un bicharraco. Sin embargo, conocí a alguien al que se suele poner de ejemplo. Cierto cronista taurino que, con su agresiva pluma, clavaba banderillas negras a todo bicho viviente. Era de la raya de Portugal, berroqueño, brillante, incisivo, demoledor. El mote de “El bicho”, por el que era conocido, se lo puso su propio hermano Toni - ¿para qué citar el apellido? -, con el que hablo cada aniversario del adiós.

En fin, tratando del bichito, las bichas, el bicho raro, la caza con bicho, y “el Bicho” de la Raya, verán que he logrado acabar sin referirme al bicho de moda. ¡Cuídense!

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