Bajarse de la bici en medio de las llamas

Miércoles, 20 de julio 2022, 05:00

Era como un roble a punto de venirse abajo. Se llevaba la mano a la boca abierta, con incredulidad. La verdad es que no era ... para menos. Ardía el Valle de las Batuecas. Hacía pocos minutos que la voz se había corrido en el puesto de mando en el Paso de los Lobos: lo que parecía un foco sin importancia en la parte alta de la ladera había bajado sin control.

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En pocos minutos todos estábamos allí. Medios, vecinos y muchos veraneantes en actitud de quien va a ver si hay fuegos artificiales al final de la verbena. La espadaña del monasterio de San José ofreció unos minutos la imagen de un faro extraño sobresaliendo en medio de las llamas, hasta que se la comió por completo el humo. Y la incertidumbre.

Él no estaba para fiestas, por supuesto. Buscaba entre los huecos escasos en el mirador del Portillo un ángulo para entender mejor qué pasaba. Para creérselo entre lágrimas. Poco después, se posaba en su hombro la mano dura, llena de surcos, de un hombre mayor que acababa de bajarse de la bici en la que había ascendido el puerto apresurado. «Se nos queman las Batuecas». «Toda la vida cuidándolas para este desastre». Después, un abrazo y el silencio. Para qué más. Eso es querer la tierra en la que has nacido, en la que has crecido, por la que has luchado. Querer la tierra que arde.

Enseguida llegó la caravana roja interminable de la UME, hidroaviones, helicópteros, brigadas forestales. Un trabajo heroico, a menudo desesperado, casi siempre más allá del deber, que no puede borrar el hecho de que, desgraciadamente, los medios casi siempre llegan tarde.

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¿Ahora todos sois expertos forestales? No, pero da la sensación de que sí hay un punto de partida de sentido común: si el monte no se cuida durante todo el año, si no se desbroza, mantienen cortafuegos, si no se elimina el material que puede actuar como combustible natural todo lo demás al final va a ser, en gran medida, cuestión de suerte.

Vivimos en un país que va a permitirse pagar millones de viajes gratis en tren a los madrileños (qué raro sería que pudiéramos ir en tren de Salamanca a ningún sitio) pero en el que los partidos no son capaces de ponerse de acuerdo para hacer un pacto de Estado, con implicación de todas las administraciones, para garantizar un cuidado permanente de la riqueza natural. Es, con el patrimonio, de lo poco que nos queda y también esto lo vamos a perder.

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No ha funcionado el plan de la Junta (el no-plan invernal) a la vista está. Y tampoco de esto nos va a salvar un olvido atávico de un Estado al que somos indiferentes. Cuando aquel septiembre de 1996 Induráin se bajó de la bici antes de la subida a los Lagos, los que habíamos sido niños en los 80 supimos que nuestra infancia había muerto sin remedio. Me pregunto cuántos sueños vieron morir aquellos dos albercanos abrazados mientras ardían las Batuecas.

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