Amores

Desotro día este periódico publicó un reportaje sobre el príncipe don Juan, aquel desdichado hijo de los Reyes Católicos que murió en Salamanca en el ... otoño de 1497. Casillas lo esculpió para la posteridad. Reclinado en la plaza de Monterrey, pregunta a los viandantes si saben la causa de su temprana muerte. Adolescente, fogoso, endeble, estaba recién casado con Margarita de Austria. Juan del Encina le compuso un planto: “Triste España sin ventura/ todos te deben llorar...”. Un amigo mío (muy bruto) no se anda con tales delicatessen y dice que “lo mató a polvos”. Y a la par recuerda aquel macho ibérico que se había propuesto acabar con su esposa a ñaca-ñacas, y terminó en silla de ruedas, babeando, mientras ella cantaba limpiando los cristales, “Manolo mío, Manolo de mis amooorees...”.

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Nuestra princesa niña Mafalda, enterrada en la Catedral Vieja, “finó por casar”, y el príncipe Juan con 19 añitos, recién casado. En cambio sé de un abuelo de más de ochenta, cuyo cadáver hubo que ir a buscar a casa de la novia. Como aquel empresario maduro, guapo y sanísimo, fundador de la CEOE, que falleció regando un huerto ajeno (conocida periodista), primera víctima famosa de la “Viagra”. Luego han caído por ella, como chinches, otros muchos viejitos cachondos. ¡Que les quiten lo bailao!

¿Morir de amor? El ejemplo universal no está solo en Verona. Lo tenemos en Salamanca: Melibea, que en la tragicomedia se arroja desde la torre cuando ve a su Calixto descalabrado por un inoportuno tropezón. Pero hay muertes “por amor” menos románticas. La atractiva terrorista etarra de raíces salmantinas, Idoia López Riaño, alias “la tigresa”, dicen que se cepillaba a sus víctimas en la cama, o sea, como Sharon Stone en “Instinto básico”, pero sin el picahielo de la americana (el verbo cepillar tiene coloquialmente las dos acepciones, copular y matar).

No sé quién dijo que “el amor a la patria es un incesto; otra cosa es amor al presupuesto”. Bendito incesto el de los españoles que aman a su madre-patria y hasta mueren por ella. Maldito el amor desenfrenado que hemos visto desplegar indecorosamente a Pedro Sánchez, amancebándose hasta lograr aprobarlo con gentuza que cobra caros sus “servicios” (como se llamaban en el barrio chino los prestados por putas).

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