El Avenida se estrena en la Euroliga comiéndose al Mersin (83-66)

La Euroliga son palabras mayúsculas. Es que es la competición. Así, sin más. Por todo: el desfiles de estrellas, por la entidad y enjundia de los rivales, incluso, por qué no, por cómo se juega psicológicamente en las previas entre rivales [el equipo turco achacó la baja de Jones por una intoxicación alimenticia en el hotel]... Y, de remate, por el idilio que mantiene este club con este torneo, especialmente, desde que Roberto Íñiguez llegó al banquillo —el recuerdo de las dos Final Four seguidas—. Sin embargo, el cara y cruz del inicio de temporada como que había diluido las buenas vibraciones de siempre cuando la aterriza en este pabellón. Pero, ¡ajá! Fue levantarse el telón de la competición y este roster de Avenida sacó su mejor versión de lo que llevamos de temporada. Y qué gozada, la verdad.

El primer tiempo del conjunto de Roberto Íñiguez fue de chapó. La ovación que le tributó el pabellón de Würzburg, encendido como hacía tiempo, se lo reconoció camino del intermedio. Tal fue la magnitud del encuentro en su conjunto que se podría poner a doble pantalla en le sesión de entrenamiento de hoy mismo enfrentado con los choques del Lugo y el IDK. Y... Es que , de verdad, el agua y el aceite, o algo así.

El choque solo tuvo un color y fue el blanco Europa del Avenida. Dos minutos le regaló de igualdad el equipo de Íñiguez al turco. Y sanseacabó. Fasoula con una canasta bajo aro destapó el tarro de las esencias de este equipo: que son el talento ya sabido de Crvendakic, y la constancia, y el sacrificio, y el trabajo sin balón del resto. Un equipo en acción, vaya. El DNI repetido por Íñiguez hasta la saciedad puesto negro sobre blanco en la falta en ataque que McCall le sacó a Hayes en el primer cuarto y que hizo rugir a Würburg igual, igual que en el triple sobre la bocina de Vilaró que cerró el primer cuarto con 9 puntos de ventaja para las charras. Para entonces el equipo Zafer Kalaycioglu ya había buscado todas las excusas del mundo porque sabía que no: Yalsin —que jugó lo que restaba de encuentro con un apósito en la nariz— y Goksen se habían retorcido de dolo, pero más parecía de impotencia. Al igual que el técnico turco que obligó a los árbitros, sin ninguna gana, a sancionarle una técnica con el marcador apretado en cuatro puntos que acabó por dinamitar el encuentro para su equipo. A partir de ahí quedó borrado del mapa de manera autoritarísima.

Reisingerova alumbró el segundo cuarto con una lección dictada a pies juntillas en la pintura: le sacó la tercera personal a Fagbenle con doce minutos disputados y, después, empezó a palmear balones hacia sus compañeras según se le salían al Avenida los tiros del aro hasta que la canasta llegaba. Y así cayeron una, y otra, y otra. Una brecha de 20 puntos deferencia se estampó en los dos videomarcadores: 48—28.

De un punto más ganaba el Perfumerías Avenida al término del tercer cuarto (67—46), en el que Crvendakic se había literalmente salido. Metió canastas de todos los colores, hasta acabar el partido con una anotación de 23 puntos, y un acierto en tiros de campo cercano al 70%, que es una auténtica barbaridad. Los triples se le caían de las manos de admirable. También tuvo su parte de culpa la codicia en el que las cinco de pista, estuviera quien estuviera, se ayudaban en el rebote —con 46 acabó el encuentro el conjunto azulón—.

Roberto Íñiguez no dio tregua en el último cuarto y exigió, apretó y exprimió a las suyas como para acabar de engrasar esta maquinaria del todo. Que no quedara un solo resquicio de lo que es capaz de hacer este equipo. Por mucho que los árbitros trataran de maquillar la diferencia (Roberto Íñiguez acabó desquiciado y expulsado por ello) hasta los 17 puntos finales entre uno y otro (83—66).

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