Ángela, en el invernadero que tiene en Santibáñez de Béjar L.G.

La universitaria salmantina que dio un vuelco a su vida: pasó de su carrera a gestionar una ecohuerta

Ángela Hernández estudió Gestión y Administración Pública y dio un giro a su vida al irse a Santibáñez de Béjar y abrir su eco-huerta. Aprende por “ensayo-error”

Martes, 11 de abril 2023, 21:04

Se llama Ángela Rodríguez y un día de 2018, para ella bueno por el resultado que ha visto después, decidió dar el paso de dejar la ciudad e irse a vivir al campo. Había estudiado el grado de Gestión y Administración Pública y emprendía un camino completamente distinto, el de gestionar una eco-huerta y una empresa agroalimentaria. Su familia procedía de Santibáñez de Béjar y allí decidió establecerse.

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Lo primero que hizo fue un curso de incorporación a la empresa agraria. Después, en 2019, comenzó los de agricultura ecológica. En febrero ya tenía la certificación del Consejo de Agricultura Ecológica de Castilla y León -CAECYL- pero fue en 2020, en plena pandemia, cuando ya dio el paso decisivo porque justo en el inicio del estado de alarma construía el invernadero. Su aprendizaje, a pesar de tener cierta vinculación con el campo porque su padre era ganadero, reconoce que ha sido de “ensayo y error”. “Para mí fue fácil porque tenía un sitio donde quería ir”, explica.

Ahora tiene su eco-huerta “La charrita” con dos invernaderos, pero también 150 colmenas que gestiona mediante la trashumancia y, como reconoce que no para, en nada producirá huevos camperos.

Construye para ello una nave en la que puedan pasar la noche las gallinas y “aunque pondrán los huevos donde quieran”, tiene ya prevista la cinta transportadora para el mínimo contacto en la recogida de huevos. “Mi proyecto será más sostenible cuando tenga las gallinas porque con los excrementos luego se abonará la huerta”, explica. Ella aprovecha cada invierno para que la tierra descanse y para abonarla, porque luego en primavera y verano lo que más le gusta es que su huerta luzca hermosa.

Ahora está en las labores de sembrar el semillero de febrero para tener luego tomates -”me gusta poner muchas variedades” y habla de entre 400 y 600 plantas-, pimientos, lechugas -tipo maravilla de verano pero también hoja de roble-, berenjena -blanca, rayada o morada-, fresas, puerros apio... Apuesta por los productos de temporada y por todo aquello que se pueda dar en la tierra. Si no funciona, lo descarta para el siguiente año, pero siempre intenta alguna novedad. En esta ocasión el intento lo hará con la siembra de calabaza luffa, que es la variedad que se utiliza para producir esponjas naturales o estropajos. “Me gusta leer y probar”, dice, y explica que es una calabaza que hay que dejar secar.

Ahora se encuentra con la competencia de huertos familiares, algo que no le preocupa con la excepción de aquellos que utilizan el nombre de ecológico para sus productos. “La diferencia está en que yo pago”, dice, y explica que tiene que superar cada año la inspección que la convierte en productora ecológica y luego abonar la tasa.

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Y en todo su proyecto, que no sabe dónde tendrá el freno, lo que Ángela, ya maestra ecológica, considera esencial es el apoyo de su familia. El trabajo lo desarrolla ella, y lo pudo poner en marcha gracias a una subvención, pero necesita, reconoce, ese respaldo para cuando ese “ensayo-error” no sale tan bien.

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