El toreo del alma
Tras la bronca del viernes, dos faenas rebosantes de torería de Morante a dos toros que se agotaron pronto sirvieron de reconciliación con La Glorieta que volvío a deleitarse con el maestro, en una tarde que se completó con una faena intensa y vibrante de Borja Jiménez
LA FICHA
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La Glorieta. Domingo, 21 de septiembre. Tarde entoldada. Casi lleno en los tendidos. 20.749 espectadores.
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GANADERÍA Concurso de ganaderías. Por este orden: toros de Garcigrande (1º), noble; La Ventana del Puerto (2º), emotivo, pronto y profundo; Domingo Hernández (3º), con geniecito, movilidad y encastado; Olga Jiménez (4º), noble y manso; García Jiménez (5º), devuelto por inválido y en su lugar salió un sobrero de Garcigrande (5º bis), que fue franco y fácil; y Carmen Lorenzo (6º), que sacó intensidad por un gran pitón derecho.
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DIESTROS
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MORANTE Nazareno y azabache Dos pinchazos y estocada defectuosa (ovación con saludos); y estocada (vuelta al ruedo).
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TALAVANTE Blanco y oro Pinchazo y delantera y atravesada (saludos tras aviso);y bajonazo (oreja).
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BORJA JIMÉNEZ Grana y oro Dos pinchazos, media estocada y descabello (saludos tras aviso); y pinchazo y estocada delantera (oreja).
A Morante no le hicieron falta despojos para reconciliarse y dejar una huella en La Glorieta. Es difícil hacer más cosas, más bellas, más puras y comprometidas. Y más toreras. Y variadas. Es difícil torear tan despacio. No hubo nada rotundo, ni clamores ni camisas rotas pero hubo tanto que fue una delicatessen. Como la embestida de ese toro que abrió la función y que embistió de manera deliciosa. No fue fácil porque pedía el pulso, el ritmo, la pausa y la dulzura en cada embestida para acariciar y torear como no está al alcance de nadie. Y ahí estuvo Morante para comprometerse también con la concurso y lucir a ese primero en el caballo. Cuatro veces lo puso, con la orden medida de no castigar. Cuatro encuentros para lucirlo.
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Y ahí demostró Justo Hernández que sus toros también saben ir al caballo. Antes en el saludo de capa, Morante se atalonó sin probaturas para coger muy corto al toro, para mecerlo y para tirar y alargar sus embestidas que no se marchaban, pero ahí el mérito no solo fue su quietud sino la capacidad de alargarlas. Pocas cosas hay más bonitas que el toreo a dos manos. Y Morante con reminiscencias pretéritas lo bordó en la obertura de la faena con cuatro ayudados por bajo rodilla en tierra primorosos; un cambio de mano excelso ligados a uno de pecho eterno con el que ya hizo las paces y apagó el fuego prendido el viernes. La faena estuvo condiconada por ese ligero vientecillo que desquicia a los toreros, que el público apenas siente, pero que se mete en los vuelos de la muleta y hacen que esta no sea suya. No se pudo salir Morante si quiera a las rayas y, pegado a tablas, brotó media docena de magnos derechazos en la primera tanda. Cuando debía lanzarse la obra con la zurda, en el segundo envite, el toro se le vino al pecho. El milagro fue que no hiciera presa, porque Morante se quedó a su merced. Se le coló má veces, sioempre en la misma dirección. Y no una, ni dos. Lo intentó y las tres veces le hizo lo mismo, evidenciando esa querencia del animal, al que no le sentaron bien esos terrenos. Y eso que el torero se los cambió, en detalle mayor. De vuelta a la derecha, de nuevo con la muleta montada, el toreo más delicioso, pureza, torería, despaciosidad... y ahí se terminó todo.
De ese toro, porque hubo más. Si de prodigios hablamos, el saludo de capa al anovillado Almendrito, cuando con solo medio capote, cogido por la esclavina con una mano, se enfrascó en arrebatadas chicuelinas apasionantes. Del primer encuentro con el caballo lo sacó Morante con una nueva genialidad. Se echó el engaño sobre sus hombros, abrió sus alas de mariposa y ahí voló el galleo del bú. Esa suerte pretérita que ya aparece en los Tratados de Paquiro y Pepe Hillo de hace siglos, con la apariencia de un fantasma. Ahora lejos de asustar, encandila y sorprende. Morante hace culto a la tauromaquia rescatando suertes de siglos pasados. Ese Almendrito solo le aguantó tres series. Abrió la faena pegado y agarrado a tablas, por alto. Y, de pronto, se descargó en dos naturales en los que todo el peso de su cuerpo se venció en la embestida de manera mayúscula. Algo volcánico. No estaba el toro preparado para tanto... sin que se diera cuanto le robó otro cambio de mano de fábula y su molinete invertido en el que el vuelo de la muleta serpentea y su cuerpo se envuelve en torno al toro. La faena, otra vez, pegada a tablas. Y otra ve esculpiendo el toreo a cámara lenta. Se lanzó la banda con Manolete en la tercera tanda y hasta eso pareció molestarle al torete, que salió de naja porque no estaba para fiestas. Y se arruinó la fiesta de todos porque como en el primero se acabó antes de tiempo. En plena efervescencia, Morante volvió a sonreir en La Glorieta...
La tarde empezó y casi acabó ahí. Si no es por Borja Jiménez y Caracola, en el cierre de tarde y Feria. Talavante hizo aguas con el gran toro de La Ventana, con el que tiró líneas sin compromiso. Pero más grave fue lo del sobrero de Garcigrande. Cómo sería la cosa, ¡por Dios! que una plaza bendita y santa como La Glorieta le recriminara la colocación, las líneas rectas, que citara al hilo del pitón, que no se ajustara nunca y que usara el pico de una manera descarada y despiadada. Lo sorprendente es que tras el bajonazo le pidieran la oreja...
Todo lo contrario fue lo de Borja Jiménez, al quien le costó bajarle los humos al temperamental tercero;pero se asentó con rotundidad y pasión con las poderosas embestidas de Caracola, el toro de Capea que embistió con seriedad, profundidad y seriedad por el derecho. Le plantó cara con autoridad Borja Jiménez, le templó le exigió y le pudo. En cuanto más le pidió, más le dio el toro. En cuanto más serio se puso con él, mejor embistió. Tras darle un tiempo en la previa de una tanda mientras se deshacía un fandando le enjaretó una serie que ha sido la más profunda, cuajada, seria, comprometida y honda de toda la Feria. Por la izquierda no se entendió con él. Ni el toro embistió igual, ni él logró cogerle el punto y enganchar la embestida para poderle. Con la derecha sí. Y después ligó cuatro derechazos en uno, haciendo la noria y, sin dejarle parar, pusieron la plaza en plena abullición. Un pinchazo previo a la estocada y una larga agonía lo frenó todo. Una oreja. La de Talavante no cuenta. Y a Morante no le hicieron falta esas miserias para robarle el alma apasionada a los aficionados.
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