Derechazo de Marco Pérez a Volador, el sexto de García Jiménez, al que le cortó las dos orejas. ALMEIDA
LA CRÓNICA DE LA 4ª DE ABONO

Marco no está solo

Ismael Martín y Marco Pérez saborean un generoso y populista botín ante sus paisanos, con dos y tres orejas de un manso y noble encierro de García Jiménez, en una función en la que la esperada vuelta de Morante a La Glorieta resultó un fiasco: fue abroncado en tarde lluvia y viento

Javier Lorenzo

Salamanca

Viernes, 19 de septiembre 2025, 22:33

LA FICHA

  • 4ª de abono de la Feria de la Virgen de la Vega. Tarde entoldada y lluviosa. Lleno en los tendidos.

  • GANADERÍA 6 toros de Hermanos García Jiménez de parejas y armónicas hechuras, bien presentados en conjunto. Inválido el 1º, que fue devuelto y salió un sobrero en su lugar de la misma ganadería al que le costó salirse de los engaños; noble el 2º; geniudo el 3º; inédito el 4º; manso que embistió el 5º; y excelente en lo que duró el 6º. Estos dos últimos se rajaron sin disimulo a mitad de faena.

  • DIESTROS

  • MORANTE DE LA PUEBLA (corinto y oro) Pinchazo y estocada casi entera y atravesada (ovación con saludos); y dos pinchazos, media estocada atravesada y un descabello (bronca).

  • ISMAEL MARTÍN (gris plomo y oro) Gran estocada (dos orejas); y estocada (ovación con saludos tras fuerte petición).

  • MARCO PÉREZ (grana y azabache) Estocada muy trasera (oreja); y buena estocada (dos orejas).

La mansita corrida de Matilla quedó envuelta entre la generosidad presidencial, la lluvia y el viento; de la misma manera que el cadencioso y reposado toreo de Marco Pérez se diluyó entre el triunfalismo. Y entre todo, media docena de naturales de Morante se enfangaron entre la bronca que será de lo que se hable hoy. Fue la decepción por lo que no se vio...

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De Marco fueron los mejores muletazos; y para Ismael los clamores más pasionales. Morante encrespó los ánimos al renegar del cuarto y entonces los inmensos detalles del primero quedaban ya demasiado lejos. Marco se llevó el mayor botín y también una soberana paliza del tercero. Cuando remataba un derechazo con la efervescencia de la incertidumbre de no saber donde llegaría la embestida y, cuando parecía lanzarse ya la faena por la vía de la emoción de quien le estaba plantando cara con gallardía, el de Matilla tiró un tarascazo que hizo presa con el enjuto torero. Enredado entre los pitones parecía no perder la vertical sin deshacerse de aquella madeja de aviesos cuernos y en cuanto engatillaron la pierna salió de pronto volando por los aires en unos segundos angustiosos e interminables, que no acabarían ahí. En lo que llegaron las asistencias, el toro lo buscó con saña en el suelo y de otro zarpazo asesino lo empitonó por el cuello con una violencia supina.

Parecía un milagro que se hubiera librado entre tanta tarascada. La pierna, el cuello... Y no. Cuando lo cogían en brazos para llevárselo se deshizo de todos para volver a la gresca. Entonces porfió un trasteo en el que la violencia y las secas y amargas embestidas escocían en cada embroque. Trató de embeberlo Marco y poderle mucho con la muleta muy baja. Muy tapado, muy largo, mientras racaneaba cada vez más los viajes. Fue vibrante y en el haber del torero se quedó la forma de aguantar aquellas miradas sin inmutarse. A esas alturas Ismael ya había puesto la plaza en ebullición. Y Marco entonces había sentido ya el golpe en el cogote. Ya se han empezado a dividirse los partidarios y que cada vez hay más que repartir. Tocaba apretarse los machos.

Rápido había mostrado sus cartas Ismael Martín, con la larga de rodillas con la que recibió a Esaborío, que fue lo que fue minutos después. El toro, claro está, porque el de Cantalpino fue lo contrario. Desafiante, fresco, ambicioso y variado galleó por chicuelinas y sacó del caballo con el quite de oro y las escobinas. Puso la plaza en pie en un tercio de banderillas que acabó en clamor, más que por los rehiletes en sí por cómo paró el toro tras salir del tercer par corriendo para atrás, con la mano en la testuz y casi encunado entre los pitones en auténtico maratón de espaldas.

En la faena de muleta lo puso todo él. Y tanto que se pasó de frenada exigiéndole a Esaborío más de lo que podía. Se le encendió la luz de la reserva en el tercera tanda, al natural, y de ahí ya no levantó cabeza. Pero Ismael siguió y le buscó las vueltas para ponerle al trasteo el frenesí que le faltaba a la pajuna condición. Se fue a por la espada con una tremenda contundencia y a sus manos fue el doble trofeo; no con poca generosidad del palco pero no menos cierto fue que la plaza lo pidió con pasión. En la revuelta del quinto, con la gente más pendiente de la lluvia que del ruedo, deambuló por la plaza sin que le tuvieran en cuenta. Eso sí, tras otra estocada, incomprensiblemente se nevó la plaza de pañuelos y ahí el palco puso la cordura.

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Como Marco no había pasado de la oreja en el toro de la paliza sacó la artillería con el sexto. Lo recibió a la puerta de chiqueros con la mitad de aforo ya casi en huída. Y se lo perdieron: las largas cambiadas, el quite, la mayuscula serie que siguió a la obertura de rodillas. Y luego llegó el toreo ceñido, templado y largo. A puro pulso. Mecido, sentido, acariciando las embestidas. Lo que pasa que el toro no aguantó y pronto volvió ancas. No se rindió Marco que quiso redondearlo. Y lo rubricó con una formidable estocada con la que puso las cosas en su sitio, desmarcándose en el casillero de trofeos. La tarde vino a demostrar una nueva realidad. Que Marco Pérez no está solo entre la nueva torería charra que vio como, al lado de la máxima figura, entraba en juego un nuevo valor para encabezar con Marco la nueva generación.

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