SI les cuento que el lunes se celebró una concentración antitaurina a las puertas del Congreso de los Diputados seguro que no tenían ni repajolera idea ni de que la hubo. Pues sí, un grupo de energúmenos pusieron el grito en el cielo tras fracasar la ILP presentada hace unas semanas con el objetivo de quitar a la tauromaquia su protección cultural nacional: rechazada por 169 votos (PP, Vox y UPN); apoyada por 57 (Sumar, Podemos, ERC, EH Bildu, PNV, BNG y Compromís) y la abstención de 118 (PSOE y de Ábalos). A esta chusma lo que le dolió fue la abstención de la cuadrilla de Pedro Sánchez, que no tuvo el valor de votar lo que dicen que piensan y promulgan, por miedo a la represalia de votos que se le podía venir encima si llegan a avalar esa pantomima. Lo de siempre, alardean bajo el populismo una cosa y luego hacen lo contrario por su bien personal.
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No fue nuevo el enésimo ridículo de la convocatoria antitaurina con una representativa afluencia esta vez a las puertas del Congreso. Promocionada y anunciada por medios subvencionados lograron una participación de ¡50 personas! con las que vendieron su nuevo esperpento. Eso sí se atrevieron a venderlo como una «cumbre» con «apoyo internacional» con representantes «de Colombia, México, Perú, Venezuela, Ecuador, Portugal, Francia y España»... vamos casi más países que manifestantes. La internacional antitaurina, bien podría ser, que se pone pesada y cansina después de que le echaran el toro al corral firmando un nuevo hito en su historial. De un ridículo a otro sin descanso. Esos manifestantes asalariados por una ofensiva gestada egoístamente en Europa en busca de fulminar una parte de la historia y la identidad de España —y apoyada a conveniencia por los miembros de un Gobierno a los que le tiemblan las piernas a como a un mal torero cuando tienen que cruzarse al pitón contrario— son así de tristes. Se conforman con dar voces para que nadie les escuche e incluso para que se rían de ellos en su propia cara. No se dan cuenta de que ese apoyo del Gobierno, si le tocan el bolsillo o su poltrona, desaparece de inmediato. Se ilusionaron con poco. Mientras, las plazas se vuelven a llenar de público, aunque las estadísticas manipuladas y vendidas a antojo y gusto del Gobierno digan lo contrario. Es más que evidente que el toreo vive un nuevo auge. Con el aval de una juventud cada vez más entusiasmada con la verdad del ruedo. Esa verdad que no tiene ni trampa ni cartón.
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