Juan Ortega y Pablo Aguado, a hombros al final de la goyesca de Aranjuez. EMILIO MÉNDEZ

Una faena misteriosa de Ortega

Salió a hombros en la goyesca de Aranjuez con Pablo Aguado que coetó tres orejas en una tarde de fiasco ganadero salvada por un bravo toro que cerró la función

Javier Lorenzo

Aranjuez

Sábado, 6 de septiembre 2025, 22:09

LA FICHA

  • Aranjuez, 6 de septiembre de 2025. Más de tres cuartos de entrada en tarde de mucho calor.

  • GANADERÍA Toros de Juan Manuel Criado, de pobre presencia en conjunto. Noble y con calidad el 1º; a menos en 2º; devueltos por inválidos 3º y 4º. El sobrero 3º de Cuvillo, afligido y apagado; el 4º de Ribeiro Telles, un mulo; noble e inválido el 5º; encastado el bravo 6º de Criado.

  • DIESTROS

  • MORANTE DE LA PUEBLA Pinchazo hondo y descabello (oreja); y media habilidosa con un descabello (silencio).

  • JUAN ORTEGA Pinchazo y estocada (ovación con saludos); y estocada (dos orejas).

  • PABLO AGUADO Estocada (oreja); y estocada (dos orejas).

La corrida entró en barrera en el segundo, cuando surgió el desfile de inválidos y la aparición de un saldo de sobreros. Lo que pasa que Juan Ortega se inventó una faena misteriosa entre la endeblez del quinto que ni por asomo llegó a la enclasada y rítmica condición del que abrió plaza. De ahí el mérito del trianero, no solo por inventarse esa faena que abrió de una forma original ligando pases de las flores y molinetes en cadena y en la que después, con su elegancia, torería y temple, llenó el escenario de una forma maravillosa. Capaz de no solo llamar la atención si no de recuperarla de un público desconectado desde aquel segundo capítulo, en el que todo apuntó sin disparar. Ni uno ni otro. Ni a Ortega, que le costó cogerle el punto a ese Lamparillo, ni al toro de Criado entregarse en una muleta que tropezó y desarmó en demasía. Eso sí, el toreo de capa aquel segundo capítulo fue una de las notas más felices y emocionantes de la goyesca. Por cómo lo recogió rodilla en tierra, por cómo se meció, por cómo lo enganchó, llevó, mimó y embarcó. Y así se sucedieron las verónicas de un largo saludo rematado con improvisación, aire y gracia.

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Desde entonces no había vuelto a suceder nada relevante, la tarde se desplomó. Una sensación plúmbea lo dominó todo y de ahí el mérito de lo que hizo Ortega en el quinto. De inventarse aquella faena que fue puro misterio y de remontar el ambiente. Elegancia innata y una deliciosa torería. Así llenó un escenario invadido por la flojedad y que ni los focos siquiera eran capaces de iluminar con una anochecida irremediable y antes de tiempo en el ruedo que en el cielo.

Aún así nadie esperaba ya que saliera el toro más bravo del encierro, en verdad el único, que fue un Engatado de gran juego, por su entrega y codiciosas embestidas al que Pablo Aguado -al que no se le tuvo en cuenta lo que hizo al sobrero de Cuvillo por sus romas defensas- lo cuajó con momentos bellísimos, sin comprometerse, citando siempre al hilo del pitón, pero dotando a todos los muletazos de una belleza exquisita. Por el mimo con el que trató aquella bravura, por la suavidad con la que atemperó las encastadas embestidas y por darle a todo la categoría del toreo interpretado desde la despaciosidad.

Muy lejos quedaba entonces el primer capítulo, con todas las ilusiones intactas aún. En los albores de la tarde, tres capotazos de Curro Javier resultaron cruciales para fijar las nobles y abantas embestidas de Paisano, que mantuvo su calidad en la faena en la que Morante lo saboreó de principio a fin en trasteo de ajuste y pureza, manteniendo en interés en todo lo que hizo y redondeándolo en dos series inmensas, una por cada pitón, en el ecuador de la obra que puso la plaza en pie, por el trazo, la lentitud y la suavidad de cada muletazo. Parecía el descorche de una tarde feliz, pero no. Se truncó todo rápido y cayó en el precipicio hasta que Ortega y Aguado la rescataron en el último suspiro. Y el bravo Engatado que no pareció pintar nada en un encierro cogido con alfileres.

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