El vendedor de ropa Victor Vaquero en su puesto a punto de liquidar los últimos productos antes de su jubilación.

Los veteranos del rastro: desde un modo de vida a 'puro vicio'

El mercadillo dominical se ha convertido en la historia viva de muchas generaciones de feriantes. Para algunos es un modo de vida que toca a su fin, aunque se resisten a abandonar, algunos simplemente «por puro vicio»

M.B.

Lunes, 1 de septiembre 2025, 06:44

l rastro de Salamanca, con su historia arranca en 1979 en la plaza del Oeste, no es solo un mercadillo dominical, es un lugar donde generaciones de feriantes han tejido su propia vida.

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Entre ellos destacan nombres que se han convertido en auténticas reseñas del mercado: Víctor Vaquero y los Hermanos Juan y Ramón. A lo largo de todos estos años al pasado a ser considerados de los más veteranos de cuantos aún levantan su puesto cada domingo.

A sus 66 años, Víctor Vaquero se despide de una vida entera dedicada a la venta de ropa. «Conocí los tres rastros, el de la plaza del Oeste, el del río y el de La Aldehuela. Aquí ya estoy liquidando todo, me queda muy poquito ya», comenta con nostalgia.

Empezó con 14 años siguiendo los pasos de padre y ha pasado más de 50 años recorriendo los mercadillos de toda Salamanca y provincia. Recuerda la dureza del oficio, con madrugones, viajes continuos a lugares como Peñaranda o Ciudad Rodrigo y jornadas largas hasta media tarde. «Esto es un oficio de mucho trabajo, pero también con la ventaja que luego tienes tu vida, trabajas como los funcionarios hasta media tarde», dice con una sonrisa.

Aunque reconoce apenado que ninguno de sus hijos continuará la tradición, se siente orgullos de haber mantenido el oficio vivo durante medio siglo. « Se me han ido todos fuera. Así que esto lo abandonamos, aunque nos ha servido para darles un porvenir mejor».

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En otro punto alejado de la zona de ropa se encuentran los hermanos Juan y Ramón, alma del coleccionismo y las antigüedades del rastro. «Yo empecé de niño, con 10 u 11 años, acompañando a mi padre en la plaza San Justo», recuerda Ramón.

Allí, una vez que retiraban los tomates y productos de la huerta entre semana, comenzaban ellos con los primeros objetos antiguos.

Más tarde pasarían por la plaza del Oeste y otros puntos como el Puente Romano hasta instalarse en La Aldehuela. «Hemos salvado muchas antigüedades que iban a perderse o incluso a quemarse en los pueblos», comentan con orgullo. Aunque demandan que necesitarían un sitio específico para ellos en otro lugar más céntrico si fuera posible, «estaría bien tener un lugar propio para las antigüedades y las cosas vintage, un poco más curiosas», añadía Juan.

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Durante décadas, han visto cómo extranjeros, sobre todo alemanes y franceses, llegaban a Salamanca en busca de muebles rústicos, relojes o piezas de cerámica. Hoy con más de 70 años, mantienen la afición como una pasión, «Ya no es por negocio, vengo a matar el gusanillo, porque esto lo llevo en la sangre».

Entre ropa, relojes antiguos, monedas de coleccionismo y otros objetos, Víctor, Juan y Ramón simbolizan la memoria viva del rastro de Salamanca. Han visto como el mercadillo pasaba del barrio del Oeste la ribera del Tormes y de ahí a La Aldehuela, creciendo hasta convertirse en un mercado profesional alejado de aquellos inicios más amateur.

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Para unos ha sido un modo de vida que toda a su fin. Para otros, un vicio al que no quieren renunciar.

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