Sofia Coppola cuenta la triste historia de Priscilla, la mujer de Elvis

Cuando se conocieron, él tenía 24 años y ella 14; así pudo moldearla a su gusto. La actriz Cailee Spaeny logró la Copa Volpi del festival de Venecia por este retrato

La Gaceta

Salamanca

Viernes, 16 de febrero 2024, 18:13

Pocos nombres del cine de autor contemporáneo han sabido retratar como ella el lado oscuro del privilegio, la soledad de la fama, la vulnerabilidad tras la riqueza. El ejemplo más obvio es Maria Antonieta (2006), pero también sucedía en Somewhere (2010) o incluso en Lost in Translation, que le valió el Oscar a mejor guión en 2004. Sofia Coppola (1971) regresa con un filme biográfico de Priscilla Presley, la esposa de Elvis. Eclipsada históricamente como un accesorio a la sombra del rey del rock, merece que su versión de los hechos sea contada.

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Y no es precisamente un relato de amor, sino uno casi de terror. Porque durante los años que pasaron juntos (una década y media), fue víctima de una relación tóxica, de anulación psicológica, chantajes y abusos. El entorno machista del espectáculo la aisló, coartó su desarrollo personal, sus inquietudes, incluso su deseo, encerrada en la jaula de oro de Graceland. Cailee Spaeny (1997), actriz casi desconocida hasta ahora, levantó la Copa Volpi en el último Festival de Venecia. Junto a ella, un rostro cada vez más familiar: Jacob Elordi, de Saltburn y la serie Euphoria.

Podría titularse Inocencia interrumpida. En sus memorias -que sirvieron de base para el guión de la película-, Priscilla escribe: «Era una muñeca viviente que él moldeaba. Quería encajar. Quería complacerle». Cuando se conocieron, Elvis tenía 24 años. Ella, solo 14. Sucedió en 1959 en Weinsbaden, la base del ejército estadounidense en Alemania, donde estaba destinado el padre de Priscilla, y el músico cumplía su servicio militar. Al principio parecía un cuento de hadas, y acierta Coppola en construir ese idilio, la magia del enamoramiento, para después ir desvelando las sombras. Ella se plegó a todos sus caprichos, desde la prohibición de trabajar hasta la forma de vestir (prohibidos el color marrón y el verde) o de maquillarse (pelo teñido de negro).

También fue la confidente de sus penas, como el trauma por la muerte de su madre y la frustración que le provocaba su manager. Pero siempre fue una relación desequilibrada debido a la diferencia de edad, de experiencia vital o de recursos económicos. Y las drogas y el adulterio no hicieron sino empeorarlo todo. Hasta que ella dijo basta, y con una hija en común decidió separarse y recuperar su libertad.

La directora de Las vírgenes suicidas vuelve a demostrar su finura en la puesta en escena, en particular en la réplica de la mansión de Graceland, y en el cuidado de los detalles o los objetos. La fotografía de Philippe Le Sourd aporta una atmósfera casi fantasmal. Y ni siquiera hace falta que se escuchen canciones de Elvis (sus herederos no cedieron los derechos): así el personaje, desprovisto de su repertorio, pierde su aura de mito.

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