«El riesgo cero no existe. La sociedad debe prepararse mejor para ser menos vulnerable en las emergencias»
El director de Emergencias de Cruz Roja España visita Salamanca para participar en la formación de La X Escuela de Otoño
El director de Emergencias de Cruz Roja Española, Íñigo Vila, visitó Salamanca para participar en la X Escuela de Otoño 'De la prevención a la acción. Resiliencia rural y respuesta ante desastre', en el Centro de Formación de Cruz Roja Salamanca. Vila desgrana las claves de la autoprotección ciudadana, la preparación ante emergencias y el papel del voluntariado en un contexto donde los desastres naturales y tecnológicos son cada vez más frecuentes.
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¿Cuál es la formación que ha venido a ofrecer a los miembros de Cruz Roja de Salamanca?
– Más que novedades, se trata de reforzar mensajes clave que ya trabajamos, pero que hoy son más necesarios que nunca: la autoprotección, el conocimiento del entorno y la elaboración de pequeños planes familiares. Queremos que nuestros voluntarios sean transmisores de ese conocimiento a la comunidad, no solo cuando se ponen el chaleco rojo, sino también en su día a día.
¿Cómo puede un ciudadano trabajar esa autoprotección y elaborar su plan familiar?
– Lo primero es asumir que la exposición y el riesgo existen. Hay que desterrar la idea de «esto solo les pasa a otros». El riesgo cero no existe, y cada persona es el primer eslabón de la autoprotección. Cuando ocurre una emergencia grave, los recursos de organizaciones e instituciones pueden tardar en llegar; por eso hay que estar mínimamente preparados. Desde Cruz Roja facilitamos guías y listas de comprobación. Cada familia debería tener una mochila de emergencia con agua, algo de comida, una manta térmica, una batería para el móvil, una radio con dinamo o placa solar, algo de dinero en metálico y, si es posible, reservas para unas 72 horas. Y, sobre todo, definir puntos de encuentro ante una catástrofe y cómo comunicarse si fallan los teléfonos.
¿Qué importancia tiene conocer el entorno en el que vivimos?
– Es esencial. Dependiendo de dónde residamos, los riesgos cambian: inundaciones, incendios, nevadas… Hoy, en la Escuela de Otoño, estamos elaborando mapas locales para identificar zonas inundables o boscosas en la provincia de Salamanca, hospitales, residencias o vecinos que puedan necesitar ayuda en caso de evacuación. Conocer esos datos permite anticiparse. Como dijo un meteorólogo: «No pienses qué tiempo va a hacer, sino qué va a hacer el tiempo». Según eso, debemos ajustar nuestra vida cotidiana: no viajar si va a diluviar, evitar parques si hay alerta de viento… Son pequeños hábitos que salvan vidas.
¿Vivimos saturados de avisos meteorológicos o de emergencias?
– Más que un exceso, creo que ahora hay más información. Y eso es positivo. El problema no es que haya demasiados avisos, sino que a veces no sabemos filtrarlos ni interpretarlos. La clave está en mantener el equilibrio: no vivir en alerta constante, pero tampoco ignorar las señales. Es mejor tener información de sobra en relación con las emergencias que estar a ciegas.
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En los últimos años hemos vivido emergencias muy diversas: pandemia, apagones, incendios, incluso tensiones internacionales. ¿Debemos acostumbrarnos a ellas?
– Sí, la frecuencia de emergencias ha aumentado. Antes teníamos una mala temporada de incendios cada cierto tiempo; ahora se repiten casi cada año. No se trata solo del tipo de riesgo, sino de su frecuencia. Y eso exige prepararnos mejor para ser menos vulnerables. No podemos evitar todos los desastres, pero sí reducir su impacto.
Además de ser muchas catástrofes, han sido diversas si contamos la erupción del volcán de La Palma.
– Hemos tenido que afrontar emergencias en escenarios de territorios despoblados, como en los grandes incendios de este verano, y catástrofes en zonas urbanas muy concentradas, como en el caso de la DANA de Valencia. Además, hubo la paralización de una capital por una nevada –en referencia a Madrid– que bloqueó la ciudad 15 días. En vez de sacar los esquís y esperar a que nos rescaten, lo que tendríamos que hacer es empezar a limpiar la nieve de las aceras y las calles, porque luego se van a helar. No hay que pensar que eso es responsabilidad únicamente del Ayuntamiento.
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¿Qué nos diferencia de países que sufren emergencias más graves?
– Curiosamente, menos de lo que pensamos. En proyectos internacionales veíamos que las familias guardaban su documentación en bolsas impermeables para poder demostrar la propiedad de su casa tras una inundación. Aquí, la digitalización y los registros ayudan, pero seguimos dependiendo de cosas tan básicas como tener seguros contratados. Mucha gente cree que, si ocurre una catástrofe, el Consorcio de Seguros se hará cargo automáticamente, y no es así: solo interviene si la vivienda o la cosecha tienen un seguro activo.
¿Cuáles serían los tres mensajes principales que quieres que calen en la población?
– Primero, que el riesgo cero no existe. Todos somos vulnerables, y reconocerlo es el primer paso para prepararnos. Segundo, que cada uno es responsable de su propia autoprotección. No podemos esperar que la ayuda llegue de inmediato; hay que estar listos para sostenerse unas horas o días si fuera necesario. Y tercero, que debemos aprender a relativizar y actuar con calma. Si en una emergencia tardan dos horas en llegar los equipos, no significa abandono: significa que hay limitaciones y prioridades. Lo importante es contar con los medios y la actitud para afrontar esa espera en las mejores condiciones posibles.
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