El primer western de Martin Scorsese

Es el último gran cineasta vivo. Con 80 años recién cumplidos, Martin Scorsese conserva intacta la ambición. Después de El irlandés, epopeya criminal que podía parecer el punto final (y el resumen) de su carrera, ahora nos sorprende con una nueva obra maestra, Los asesinos de la luna, que llega este viernes a la cartelera de Cines Van Dyck y Cines Van Dyck Tormes. En ella, reúne a sus dos actores fetiche: Leonardo DiCaprio (El lobo de Wall Street, Infiltrados) y Robert DeNiro (Toro salvaje, Casino). Y se atreve por primera vez a abordar el género del western. Aunque siempre a su manera; tamizado por el filtro del thriller. De esa violencia que sobrevuela toda su obra, desde Malas calles hasta Silencio. Porque aquí vuelve a explorar las raíces de EEUU, manchadas por la sangre y el racismo desde el principio, como ya relató en Gangs of New York. A partir de unos hechos históricos recogidos en el libro homónimo de David Grann de 2017, narra una masacre sufrida por los indios nativos en Oklahoma en los años 20.

La tribu vivía apartada en un páramo que nadie quería. Pero allí, caprichos del destino, apareció un yacimiento de petróleo. De repente se volvieron ricos. Sin embargo, los terratenientes blancos no se lo iban a permitir: durante los siguientes años, se dedicaron al expolio. Primero, mediante métodos sutiles, como los matrimonios mixtos. Ahí entra en juego DiCaprio, un veterano de guerra al que su tío -DeNiro- casa con una nativa -Lily Gladstone- heredera de las tierras. Y ese hombre se ve atrapado entre dos familias, dos intereses; es víctima y a la vez verdugo. Porque poco a poco las estrategias de los cárteles petrolíferos serían cada vez más agresivas: desde introducir enfermedades en la reserva -con la complicidad del médico del pueblo- hasta el terror, la amenaza y el asesinato. Para quedarse con sus riquezas, exterminaron a los indios uno a uno, hasta que el FBI -recién fundado- investigó los misteriosos crímenes. Un capítulo atroz de la Historia americana que el director neoyorquino reconstruye con un tono clásico. El sentido de los encuadres, el montaje preciso, la cadencia, el manejo de la tensión, apuntan a un Scorsese más contenido, menos hiperbólico. También se refleja en la banda sonora (última que compuso Robbie Robertson, de The Band, antes de morir). Y por supuesto en las interpretaciones de dos protagonistas -sutiles, nunca bruscos o grotescos- que probablemente optarán al Oscar. ¿Será el canto de cisne de la abrumadora filmografía de Marty?

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