Carmen Jiménez, Ignacia Jiménez y Luis Garrote observan una fotografía de Luis de pequeño. FOTOS: ALMEIDA

La dura realidad del pueblo gitano: «Los vigilantes nos siguen en las tiendas y las mujeres se agarran los bolsos cuando nos ven»

Varias generaciones de una misma familia analizan la evolución del colectivo en el ámbito social y educativo. A Ignacia y a su hermana Carmen les hubiera gustado estudiar, pero no tuvieron la oportunidad. Ahora aprenden a leer y a escribir y están orgullosas de su hijo y sobrino Luis, un joven trabajador social

Celia Luis

Salamanca

Domingo, 16 de febrero 2025, 09:13

«Tenía diez años cuando llegué del colegio y mi madre me abrió la mochila. Me rompió las hojas, los bolígrafos y las pinturas de colores de Alpino. Yo le preguntó que por qué, pues me gustaba mucho ir al colegio. Me dijo que no podía volver a clase porque me tenía que encargar de la casa, de las comidas y de cuidar a mis hermanos. No me dieron opción a más, así que no sabía ni leer ni escribir», cuenta emocionada Ignacia Jiménez, hija de una mujer luchadora, que se quedó viuda joven con diez hijos a su cargo y que «nunca estaba en casa» debido a la venta ambulante que daba de comer a su prole.

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Es la madre de Luis Garrote, trabajador social en la Fundación del Secretariado Gitano: «Quise que mi hijo estudiara todo lo que yo no pude», asegura Ignacia. Ella y su familia han sido «nómadas», aunque su infancia la sitúa en Béjar y su juventud primero en el barrio Chino, hasta que fueron reorganizados por el Ayuntamiento cuando la zona empezó a ser turística; y después en el barrio del Arrabal de Salamanca, donde actualmente residen.

A los 12 años se casó y fue una mujer maltratada hasta que consiguió salir de aquel «infierno»: «Me quedé embarazada de mi hija mayor, Tamara, y fue difícil porque no me apoyaron, fui la oveja negra de la familia. Me sentí muy sola».

«Me cortaron las alas»

Después se separó y conoció a su marido actual. Con 19 años Ignacia se quedó embaraza de su segundo hijo, Juan. En ese momento y gracias a una monja de su barrio que le ofreció darle clases pudo aprender a leer y a escribir: «Pero me hubiera gustado sacarme una carrera, como mi niño (refiriéndose a Luis, su tercer hijo), para hacer algo más en la vida, pero no pude, me cortaron las alasMe hubiera gustado ser abogada para defender todos los casos que existen y que a veces son injustos; o profesora para enseñar a más niños», expresa mientras saca una sonrisa.

A su hermana mayor, Carmen Jiménez le ocurrió una historia similar: «Éramos niñas y al compás éramos mujeres, eso ahora ha cambiado. También tuve que dejar el colegio, aunque a mí no me gustaba tanto como a Ignacia, a mí me gustaba cantar y bailar. Actualmente me estoy formando en un CEAS para aprender a leer y a escribir».

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Según las hermanas, el profesorado del pequeño colegio al que iban en el barrio Chino tampoco invitaba a continuar con los estudios: «La profesora no nos apoyaba, era rígida, nos golpeaba con una regla de madera y nos castigaba por todo. Eso era hacer daño a los niños. Le teníamos miedo, terror… animaba al abandono escolar», lamenta Ignacia.

Al igual que Ignacia, Carmen también tiene tres hijos. Perdió a su marido cuando era muy joven en un accidente de tráfico: «Más duro no pudo ser, me quedé sola con 21 años y con una niña de cuatro que sufre una discapacidad».

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«Ojalá haber nacido en esta época sin tener cadenas»

Respecto a la sanidad, las hermanas detallan que no tenían documentación, ni cartilla, ni la oportunidad de ir al médico cuando eran pequeñas: «Me rompí un dedo jugando con un cazo y una amiga me prestó su cartilla, me hice pasar por ella. Ahí se ve de nuevo el cambio generacional en cuanto al estilo de vida», según Ignacia, que destaca su «envidia sana» con respecto a la libertad que los gitanos y gitanas poseen actualmente: «Es muy bonito tener libertad, que no te impongan cadenas. Me hubiera gustado nacer en esta época y que no me hubieran cerrado tantas puertas, pues no podía ir al cine o a casa de mis amigos».

En el ámbito escolar las oportunidades también han cambiado, coinciden Carmen e Ignacia: «Antes eran solo nuestros padres, ahora somos padres y amigos y queremos que nuestros hijos estudien, que tengan las oportunidades que nosotras no tuvimos y que brinda el sistema educativo». También ha cambiado el profesorado, pues según las hermanas aprecian más implicación por los niños y niñas gitanas que cuando ellas eran pequeñas.

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Luis Garrote junto a su madre, Ignacia Jiménez (derecha) y su tía, Carmen Jiménez (izquierda). ALMEIDA

Ambas sienten un inmenso orgullo por Luis: «A mi niño le ha costado mucho esfuerzo llegar hasta aquí, nadie le ha regalado nada. Admiro su fuerza de voluntad por seguir con su carrera sin tener ningún referente en la familia».

Según Luis, a nivel sociedad su familia ha tenido un estilo de vida diferente, por lo que muchas veces ha tenido que luchar solo «porque nadie tuvo la oportunidad de estudiar»: «Me hubiera encantado tener un referente, pero me conformo con que mi experiencia sirva de ejemplo para que los más pequeños de mi familia continúen con sus estudios. Uno de los éxitos que hizo que yo siguiera estudiando fue el colegio al que fui, al Maestro Ávila. Los profesores son muy cercanos y ahí está la clave del éxito educativo».

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No todo es de color de rosa y a veces el joven se ha replanteado su situación, pues los exámenes le han privado de acudir a fiestas, bodas u otras celebraciones de su cultura: «Eso me fastidiaba, pero tomé este camino y me han comprendido». Por eso, antes de las graduaciones Luis visitaba las casas de sus tíos y primos con el traje puesto: «Para hacerles sentir que ellos también formaban parte de mi etapa educativa».

«Nos siguen en las tiendas y se agarran los bolsos cuando nos ven»

Ignacia y Luis han sufrido situaciones de discriminación: «Es incómodo entrar en una tienda de ropa y que me siga el vigilante de seguridad o caminar por la calle y que las mujeres se agarren el bolso». Para Luis es injusto «tener que demostrar el doble» y poseer dificultades a la hora de buscar empleo, alquilar una vivienda o ir al súper. Por otro lado, se muestran «dolidos» con las «desafortunadas» palabras que Ágatha Ruiz de la Prada pronunció en televisión: «Dijo que vivía como una gitana sin cocina, luces, lavabo, sofá... cuando hoy por hoy tenemos todas esas cosas».

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