El diálogo entre una alumna con cáncer y su catedrático de filosofía: «Profesor, me invaden las tinieblas»
Enrique Bonete publica un libro construido a partir de los correos que intercambió con una antigua alumna en la que ética ilumina el miedo y llega a funcionar como terapia
Enrique Bonete, catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Salamanca presenta este jueves su libro 'Querido profe, me invaden las tinieblas' (Librería Victor Jara, 19:30 h.), un libro construido a partir de los correos que intercambió con una antigua alumna que, años después de asistir a sus clases volvió a escribirle tras recibir un diagnóstico de cáncer. A través de este diálogo, Bonete explora cómo la filosofía ilumina el miedo o se convierte en terapia.
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¿Cómo surge la historia del libro y cómo conoce a su protagonista?
—Yo di clase a Nuria hace bastantes años, como ella explica en su primer correo, en una asignatura de tanatoética, ética de la muerte. Ella tomó nota en clase, transcribió los apuntes y tenía mi correo electrónico. Diez años después, cuando le diagnostican un cáncer, se acuerda de esos apuntes, los vuelve a leer, le impresionan y vuelve a escribirme. Me cuenta lo que está viviendo con la enfermedad y surge así, de forma natural. Le explico que estoy elaborando el libro 'El morir de los sabios' y ella se ilusiona porque le gustaría saber cómo lo estoy haciendo ahora que tiene tiempo libre. A partir de ahí le voy explicando a filósofos como Séneca, Montaigne, Unamuno, Platón... Empezamos una conversación intelectual y existencial que, a medida que avanza su enfermedad, se vuelve más profunda. Pensé que se curaría, pero no fue así.
¿Cómo convive con la responsabilidad ética y emocional de acompañar a alguien que se acercaba al final de su vida?
—Con cierta naturalidad, porque desde hace años explico tanatoética a mis alumnos. En principio, lo enfoco todo de un mundo intelectual. Ella me pregunta y yo le cuento a los filósofos. Al principio, no soy consciente del impacto real que pueden tener esos correos. Me voy dando cuenta al final, cuando comprendo que no se va a curar. Ella me oculta parte de la gravedad porque quería seguir recibiendo mis mensajes. Mis emociones están bastante controladas durante el intercambio, pero cuando ya tengo todos los correos y los leo juntos, me emociono mucho. Ella de vez en cuando me cuenta que tenía miedo a la oscuridad, a la soledad, a lo tenebroso, a las tinieblas. Era la muerte, claro... Y no sabía como enfrentarse a ella. No tenía una espiritualidad interior muy orientada, por eso me preguntaba también por Dios y la vida eterna. Ella sabía que yo soy católico.
En una de sus frases, ella le confiesa: 'Profesor, me invaden las tinieblas' ¿Puede la filosofía iluminar ese territorio oscuro?
—Para mí ella es un ejemplo de que la filosofía clásica, por ejemplo Epicuro, Cicerón, Séneca, Montaigne, Schopenhauer, Spinoza, o más modernos como nuestro querido Unamuno, no es una actividad académica, meramente intelectual. La filosofía es una especie de terapia para afrontar la adversidad, la finitud, la muerte. Estoy convencido de ello. En este libro explico que hay una sabiduría existencial poco explorada que puede orientarnos hoy en cómo enfrentarnos a la enfermedad y a los límites humanos. Desde Platón, la filosofía ha fomentado la serenidad ante el final. No deberíamos tener miedo a la muerte. Le tenemos miedo porque no pensamos en ella; huimos. Pero si la afrontamos y meditamos sobre ella, como propone Montaigne, viviremos mejor y con más seriedad. La filosofía no es algo abstracto, inútil: es una orientación potente y una iluminación real sobre nuestra vida y nuestro final.
¿Cómo se afronta la muerte en una sociedad que anestesia el dolor?
—Esa es la paradoja, el desafío y una parte de la aportación fundamental que puede hacer la filosofía. No sabemos qué hacer ante la muerte ni cómo enfrentarnos a ella: si es nuestro final definitivo, si es la nada que nos aniquila, si existe otra realidad. Ella me lo preguntaba constantemente: «¿De verdad, desaparecemos? ¿Qué pasa con la conciencia, con nuestra actividad cerebral? ¿Existe Dios?» Las preguntas más profundas emergen cuando nos acercamos a un límite desconocido como es la muerte. Nuestra sociedad la oculta. Vivimos frenéticamente pensando en el dinero. Ella era una joven brillante pero la muerte nos alcanza con una enfermedad y entonces no sabemos qué hacer. La filosofía ilumina esa realidad que la sociedad prefiere no ver. Alumnos míos como Nuria me dicen: «Yo nunca he pensado en que me voy a morir». Nuria, como ellos, pensaba que la muerte llegaba solo a los 80 años. No es la realidad.
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¿Cree que la filosofía contemporánea ofrece consuelo real ante el sufrimiento o ha perdido esa función?
—La filosofía española, en ese sentido, es bastante expresiva: Séneca, Unamuno, Julián Marías, Eugenio Trías... Yo creo que muchos filósofos actuales han pensado en la muerte. Algunos desde la inquietud intelectual; otros desde la búsqueda de la serenidad. Schopenhauer decía que la muerte es la musa de la filosofía, el hecho que hace posible pensar. Platón decía que quien teme a la muerte no es verdadero filósofo. La sociedad lo oculta, pero la filosofía siempre ha pensado en ello. Quizás sea la clave del impacto de este libro porque plantea, de modo sencillo y cercano, los grandes interrogantes filosóficos a través de un diálogo real con una alumna que nunca había oído hablar de la muerte en un aula.
¿Cómo gestionó el equilibrio entre la fidelidad al testimonio de Nuria y contar una historia tan íntima?
—Al principio no pensaba publicar nada. Pero ella insistía en que esos correos tenían valor. Le gustaba la poesía, era una gran lectora e inteligente y a veces me decía que difundiera los correos como hizo Descartes con la princesa Isabel de Bohemia. Yo estaba centrado en 'El morir de los sabios', no en publicar esto. Cuando ella muere, hice una versión muy larga que revisé en la pandemia. Los deje guardados hasta que hablé con Eduardo Infante y me animó a publicarlo.
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El libro abre con la pregunta: ¿ha sido Nuria devorada por la nada o se ha reunido con Dios?
—Esa pregunta surge al explicar a Schopenhauer que defiende que no hay que tener miedo porque volvemos a la nada de la que venimos. Luego, aparece Unamuno que detesta esa idea. Ella me preguntaba, «¿qué es eso de la nada, profesor? ¿Y que es eso de Dios?. Yo intento aclararlo. Pero, en realidad nadie lo sabe. Ese es el gran misterio. Ella quería creer, pero no sabía cómo. En la parte final, me sigo emocionando porque me decía: «Me siento sola, profesor, me siento sola». La muerte nos deja solos. Nadie puede morir por nosotros. Si Dios existe, nos acoge; si no, nos vamos a la nada. Pero estamos solos.
¿Qué cree que enseñó Nuria sobre la reflexión y hacerse preguntas?
—Para mí, Nuria ha significado el deseo de pensar. Vivimos sin pensar y ella tuvo tiempo de hacerlo . Leía mis correos, los releía, me comentaba libros y películas. Me enseñó la importancia de meditar, no para asustarnos, sino para aceptar. Al final, ella ya no tenía miedo a la muerte. Decía: «No tengo miedo; lo importante no es cuánto tiempo hemos vivido, sino cómo hemos vivido». Valoró a sus padres, el amor. La muerte nos enseña qué es lo esencial y qué es lo secundario. Ella me enseñó que pensar, meditar, amar y aceptar la finitud es la grandeza humana. Los animales no saben que se mueren; nosotros sí. Y eso nos revela lo esencial: amar. El amor supera la muerte, la transforma. Por eso, es muy acertada la frase que recoge la editorial Ariel en la contraportada: filosofar a veces es otra forma de amar. La filosofía es diálogo; siempre se piensa con otros. Este libro es un diálogo sobre cómo vivir y cómo morir. Para la presentación de hoy lo haré con la periodista Ana Hernández también en un formato de diálogo, en el que estoy agusto. Tengo un libro 'Con una mujer cuando llega el fin', que es un diálogo con la muerte personificada en una mujer durante un momento duro que pasé.
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