Miryam Rodríguez, concejala de Familia (PP), y María García, concejala del PSOE en Salamanca. LAYA
'FRENTE A FRENTE'

Las concejalas salmantinas que se conocieron en el rastro: «Repartíamos propaganda para la campaña electoral»

Defienden políticas sociales desde orillas opuestas y, a pesar de compartir un marcado carácter, creen en el diálogo para llegar a acuerdos que beneficien a la ciudadanía salmantina

Alejandro Sardón

Salamanca

Domingo, 3 de agosto 2025, 13:32

Defienden políticas sociales desde orillas opuestas y, a pesar de haberse enfrentado en ocasiones por compartir un marcado carácter, creen en el diálogo para llegar a acuerdos que beneficien a toda la ciudadanía salmantina. Miryam Rodríguez, concejala de Familia e Igualdad de Oportunidades, y María García, concejala por el PSOE, se unen en esta entrevista para abordar el lenguaje inclusivo y, por consiguiente, qué tipo de sociedad quieren construir.

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¿Creen en el lenguaje inclusivo como una herramienta útil para avanzar en la igualdad?

Miryam Rodríguez —Es una herramienta útil, pero desde luego no la única. Si no viene acompañada de hechos que se materialicen en la sociedad, no sirve de mucho. Por eso, todas las medidas que se vayan tomando deben tener un reflejo para alcanzar la igualdad real y efectiva.

María García —Es muy importante para visibilizar el trabajo de las mujeres en la sociedad. En el Ayuntamiento se está haciendo y está recogido en el Plan de Igualdad. El problema es que no se cumple. Está asumido en las instituciones, pero no se practica.

¿Recuerdan la primera vez que coincidieron? ¿Se conocían antes de llegar a sus respectivos puestos?

M. R. —Nos conocimos en el Rastro durante la campaña electoral de 2019, repartiendo propaganda. Lo recuerdo porque pasó una compañera suya y mi compañero le fue a dar nuestra propaganda. Pero durante la primera legislatura, María y yo coincidimos en pocas comisiones.

M. G. —Al principio debatimos bastante porque ambas somos muy vehementes. Nos hemos empezado a conocer ahora, porque tenemos una relación más directa, pero comenzamos bastante enfrentadas en ese sentido. Ahora se ha reconducido la situación porque lo que tenemos que intentar es negociar para que todas las políticas de igualdad y de servicios sociales salgan adelante.

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¿Deben las administraciones utilizar lenguaje inclusivo en sus comunicaciones oficiales?

M. R. —En la mayoría de las ocasiones se utiliza. Cuando hablamos de alumnos y alumnas, decimos «el alumnado». Algunas veces hay personas que utilizan un masculino generalizante y no pasa nada. Estamos luchando sobre todo contra la invisibilización del trabajo femenino.

M. G. —Debemos constatar una realidad: en el Ayuntamiento estamos concejales y concejalas. Estoy harta de que me llamen concejal; soy concejala. La utilización del lenguaje inclusivo es una forma de visibilizar a las mujeres y de constatar que ahora estamos en todos los ámbitos.

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Si quedaran para tomar algo en un bar, ¿de qué hablarían para romper el hielo?

M. R. —De hecho, lo hacemos si tenemos que recordar algún tema pendiente del Ayuntamiento. Pero también nos preguntamos por la familia. Por ejemplo, en las fiestas de junio no hablamos de trabajo.

M. G. —Hablamos sobre todo del trabajo. También nos enviamos mensajes y así agilizamos las cosas, no esperamos una semana. Yo tengo su teléfono y ella tiene el mío para cualquier cambio que haya que hacer. La política es demasiado burocrática y yo vengo de una cultura mucho más ágil, que es la sindical. Y sí que es cierto que, a nivel personal, la relación es cordial en todo momento.

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¿Qué percepción creen que tienen los jóvenes respecto a este tema?

M. R. —Están muy concienciados en este sentido. Aunque, lamentablemente, estamos volviendo a ver algún tipo de conductas negativas; no sabemos si es por la influencia de las redes sociales. La igualdad significa el respeto hacia la otra persona. Que los adolescentes tengan esto en cuenta para no volver a la intolerancia es lo que nos preocupa especialmente. Creo que la educación y la formación son fundamentales aquí.

M. G. —Los jóvenes están asumiendo el lenguaje inclusivo porque ya se lo hemos dado hecho. A nosotros nos ha costado expresarlo, pero una mujer joven ya no acepta ir a su centro de trabajo y que se le digan determinadas expresiones por ser mujer. Eso ya no lo admiten. Otra cosa son las relaciones tóxicas: parece que todavía hay comportamientos que se dan como normalizados, y es donde hay que actuar a través de la concienciación.

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¿Qué lugar de Salamanca elegirían para tomarse un respiro y reflexionar?

M. R. —Me encanta el Huerto de Calixto y Melibea, especialmente la parte de atrás, la más alejada de la entrada; y el mirador que hay del Tormes, cerca del Museo de Automoción. La zona de los huertos urbanos, para ir a dar un paseo, es perfecta.

M. G. —A mí un paseo por todo el casco histórico me relaja muchísimo. Subir a la Universidad y pasear por el Claustro me encanta. O tomarme un café en la cafetería de la Casa Lis. Cuando vienen mis amigos, también vamos allí a tomar una cerveza.

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¿Consideran que hay un límite entre la evolución natural del lenguaje y su uso como arma política?

M. R. —Hay que «desideologizar» este tema. Cuando hablamos de un principio de igualdad, tiene que ser un valor generalizado. ¿Que haya personas que lo quieran utilizar de otra manera? Allá ellos... Como sociedad, queremos ese respeto y esa igualdad, y lo lógico es que implementemos unas medidas para conseguirlo, porque las mujeres somos protagonistas de la sociedad.

M. G. —Se puede estar de acuerdo o no, pero el movimiento progresista está haciendo un uso bastante razonable. Eso no quiere decir que haya personas que quieran llevarlo a unos extremos que, a lo mejor, yo no comparto. Pero me considero una mujer feminista y creo que todas las políticas que se han hecho sobre el lenguaje inclusivo por los diferentes gobiernos socialistas han sido adecuadas.

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¿Qué género literario prefieren cuando quieren desconectar y sumergirse en otros mundos?

M. R. —La novela histórica, y especialmente todo lo relacionado con Oriente, me gusta mucho.

M. G. —Se hace mucha literatura, pero prefiero releer los clásicos, sobre todo los rusos, la literatura rusa. También el autor Stefan Zweig.

¿Qué opinan del cambio del nombre al Congreso después de la aprobación de la reforma en el propio hemiciclo?

M. R. —Eso es una cuestión de reglamento, algo casi anecdótico respecto a otras medidas. Aunque me siento representada igualmente dentro del Congreso. El movimiento se demuestra andando. Debemos hacer un poco de memoria y ver que hasta hace bien poco el Congreso de los Diputados estaba representado mayoritariamente por hombres y, precisamente ahora, la situación ha cambiado.

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M. G. —Lo que se ha hecho me parece necesario, justo y coherente. El Plan de Igualdad de las Cortes recoge el lenguaje inclusivo. Es también una manera de perpetuar los avances de la Constitución, que en su artículo 14 constata la igualdad. Y creo que tenemos que ir más allá y que se den las condiciones idóneas para cambiarlo también en la Constitución.

A nivel personal y/o profesional, ¿se acuerdan de la primera vez que fueron conscientes de una desigualdad por razón de género? ¿Cómo actuaron?

M. R. —Sí, lo recuerdo perfectamente. Fue en una cafetería fuera de Salamanca, a la que no nos dejaban pasar aunque estaba vacía. Estábamos un grupo de amigos, hombres y mujeres, y decidimos entrar. La persona que atendía nos echó la bronca solamente a las mujeres; en particular, se dirigió a mí de malas maneras. Aquella vez lo percibí de forma muy evidente.

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M. G. —Me he enfrentado a muchas situaciones de desigualdad, pero me acuerdo del momento en el que me nombraron secretaria general de UGT. Aunque luego obtuve la confianza de la mayoría, al principio me quisieron relevar porque quise cambiar toda la estructura. Bajo mi punto de vista, creo que pensaban que, por ser mujer, era más débil o me podían manipular.

Para finalizar, ¿qué palabra les gustaría que definiera el legado que quieren dejar en política?

M. R. —Resumirlo en una palabra es difícil, pero diría «compromiso», en todos los sentidos.

M. G. —Honestidad y responsabilidad. Ser concejal o diputada no es un estatus. Uno tiene que servir a la gente, no servirse a sí mismo.

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