Oficio

El sistema de partidos se ha convertido en un lobby de empleo público con tanta demanda que se colocan altos cargos a la ruleta rusa

Somos lo que hacemos. En un tiempo contraproducente, en el que los algoritmos deciden en los departamentos de personal, basándose en afirmaciones pseudociertas expresadas en perfiles de LinkedIn, conviene recordar que nuestra formación y nuestra actividad prolongada en el tiempo es la que define con mayor precisión para qué servimos, profesionalmente hablando. Alois Rainer, por ejemplo, es maestro carnicero de formación y se ha ganado la vida hasta sus 60 años dirigiendo una carnicería en Baviera, que deja en manos de su hijo Markus ahora que se muda a Berlín porque está a punto de ser nombrado ministro de Agricultura y Alimentación de Alemania.

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Creo que se puede afirmar sin temor a equivocarse demasiado que este hombre lo hará mejor o peor, pero sabe lo que se traerá entre manos. Al menos no tendrá que buscar «vaca» en Google. Se nota que se muda a la capital porque ha cambiado el rústico bigote por un quiff más versátil y posmoderno, pero en esencia sigue siendo el mismo: alcalde de su pueblo natal a los 30 años y durante los siguientes 18, desde 2013 diputado del Bundestag y todo ese tiempo al frente del negocio familiar. Sabe tanto de gestión pública como de cría, maduración y despiece, demanda de alimentos y cuellos de botella en el suministro. Y no hay nada como saber y acumular experiencia. Lo que nuestros abuelos llamaban tener oficio.

Otro gallo nos habría cantado, seguramente, si en lugar de ser administradora de la propiedad, la señora Corredor tuviese, la pobre, una Ingeniería Eléctrica o una Ingeniería Industrial, también útil para la optimización de procesos de la gestión eléctrica pero que al parecer no posee ninguno de los miembros del consejo de administración de la citada Red Eléctrica de España. ¡Poco apagón me parece!

Podían haberse hecho al menos el Máster en Gestión de la Transición Energética, que imparte la USAL en modalidad virtual, desde casa y en pijama, pero a nadie le pareció pertinente. Y aunque jamás subiríamos a un autobús urbano cuyo conductor no hubiese aprobado el carnet de conducir, ni nos dejaríamos nunca operar por un señor sin un título en cirugía, sí permitimos tan frívolamente que un licenciado en Filosofía gestionase una pandemia o que un licenciado en Derecho se ocupe de organizar el Transporte. Luego nos encontramos con el «usar mascarillas no sirve para nada» y con trenes que no caben por los túneles, obvio. En la Eurotower de Frankfurt, la sede del Banco Central Europeo, se quejan de que altos funcionarios del Banco de España tienen dificultades para discutir en inglés, tenemos a una licenciada en Medicina al frente del Ministerio de Hacienda, cortando y suturando aquí y allá, en las finanzas del Estado.

A un mecánico al frente del multimillonario rearme, ¡para que digan que la FP no renta! Aunque hay que reconocer que no siempre la formación es garantía total de buen gobierno: una abogada laboralista como Yolanda Díaz se empeña en seguir manteniendo para los médicos jornadas laborales de 70 y hasta 80 horas semanales, que no las hago ni yo.

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Y la culpa no es de LinkedIn, sino de la irresponsabilidad de priorizar el partidismo sobre la formación y el oficio. El sistema de partidos se ha convertido en un lobby de empleo público con tanta demanda que se colocan altos cargos a la ruleta rusa. Sin oficio ni beneficio que no sea el suyo propio.

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