Ya es hora

Ya es hora de dejar de lamentarse con quejidos de plañidera y ponerse manos a la obra. Un buen principio para la esperanza será la misa que celebre el próximo domingo el señor obispo en la ermita de Villaseco de los Reyes, donde las llamas llegaron hasta las puertas del cementerio y obedecieron allí, sumisas, a la cruz de piedra que interrumpió su voraz avance. Como si la Virgen hubiese pronunciado la misma orden que San Juan: «tente necio». El césped verde en la entrada del santuario, isla venturosa en medio de un paisaje negro y humillado, invita a creer en los milagros. Pero el lunes por la mañana hay que dejar de entonar el mea culpa y empezar a trabajar. Yo rogaría que no se contrate a más expertos o consejeros, por caridad. Sólo hay que ir a los pueblos y pegar la oreja, escuchar a la gente del campo, que es la que sabe cómo poner freno al fuego. Y centrarnos de una vez por todas en el meollo del asunto, que no es otro que la despoblación. Los incendios no se apagan tanto con agua como con vida. Y se azuzan con abandono rural.

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Es hora de revisar el presupuesto. El Gobierno central ha dedicado este año a la prevención de incendios 26 míseros millones de euros, lejos de los 72,5 millones que se destinaban en 2009 y lacerantemente por debajo de los 160 millones que gasta al año en asesores. Es hora de que los municipios comiencen a formar una red de bomberos voluntarios entrenados. Con los 22.000 bomberos profesionales que tiene España no hay ni para empezar. Tenemos la menor ratio de bomberos por habitante entre los países del Mediterráneo y ni nos asomamos a los 1,4 millones de bomberos que tiene Alemania, un millón de ellos voluntarios, para defender una superficie mucho menor que la española (357.022 km² y 505.990 km² respectivamente). El modelo español prioriza la profesionalización, lo que dificulta la incorporación de voluntarios en tareas operativas, y hay que darle un repasito al concepto.

Es hora de dar libertad a los habitantes del campo para gestionarlo, para organizar limpieza de montes, eliminación de matorral seco y biomasa acumulada, crear de cortafuegos y organizar partidas de trabajo. Y para eso hace falta gente joven. Veo iniciativas de pueblos europeos como Nordhalbe, en el bosque de la Franconia bávara, que selecciona a ocho personas de entre 115 aspirantes este año para pasar seis meses viviendo en la localidad gratis. Si algo hay en los pueblos son casas vacías. En regiones francesas como Occitania y Auvernia florecen campañas de alojamiento a cambio de participación comunitaria, creando así lazos y vínculos que lentamente van generando población fija. Es hora de pasar a la acción.

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