Guerra y democracia

Aquí no se habla de esto. Políticamente, no renta y la opinión pública prefiere vivir de espaldas a esta desagradable realidad

Lunes, 22 de septiembre 2025, 05:30

Antes de volver a Salamanca tengo que tomar vitamina D, antiméticos y omega 3, que protege el sistema cardiovascular. Aprendí en el Centro Europeo de Astronautas de Colonia que esto es lo que les dan para adaptarse a la Estación Espacial Internacional, a la vida en el vacío y la ingravidez, y es lo indicado para este viaje. Desde Cabo Norte en Noruega, hasta Bucarest en Rumanía, esa línea diagonal que une a una docena de países y que ahora se llama «flanco oriental de la OTAN», se percibe el día a día en estado de amenaza constante. Los generales aparecen en las portadas de los periódicos, por las carreteras te encuentras con relativa facilidad convoyes militares y son ya dos los países que han invocado el artículo 4 del Tratado de la Alianza. No hay una semana en la que los Eurofighter y los F-16 de la OTAN no despeguen de sus bases por situaciones de alerta y los parlamentos aprueban presupuestos generales volcados en el rearme sin protesta social alguna. La semana pasada, Lituania ha abierto a sólo 20 kilómetros de Kaliningrado la primera escuela en la que niños a partir de los diez años aprenden a tripular drones. Polonia ya introdujo el curso pasado el entrenamiento de tiro obligatorio para los estudiantes a partir de 14 años, en la asignatura denominada «Educación para la Seguridad». Los universitarios checos entrenan tácticas, manejo de armas y orientación en el terreno en campamentos de verano, mientras en los estados bálticos de Estonia, Letonia y Lituania, los conocimientos militares básicos ya están firmemente anclados en el sistema educativo, con la instrucción militar obligatoria desde décimo grado. Estarán conmigo en que pasar de este escenario al de la Plaza Mayor, donde los niños miran hipnotizados la pantalla para no molestar a sus padres, donde los estudiantes chapotean entre nocheviejas universitarias y novatadas o donde el nivel de visión de Estado lo marca una fraternal caravana aparcada en la Moncloa, requiere un proceso de despresurización.

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España está tan pringada en este caldo como el resto de la OTAN. Hemos trasladado baterías antimisiles a Turquía y nos hemos quedado los Patriot porque la OTAN no puede dejar indefenso el flanco sur. Hemos enviado tres cazas Eurofihgter y Typhoon, un avión de trasporte A400M y un sistema de radar aéreo. La diferencia es que aquí no se habla de esto. Políticamente, no renta y la opinión pública prefiere vivir de espaldas a esta desagradable realidad. Seguramente no hay alternativa, pero tampoco deberíamos adentrarnos en este pantano prebélico sin haber discutido un par de asuntos relacionadas con hasta qué punto nuestra democracia es apta o está preparada y si puede depender nuestra capacidad defensiva de las gentes que actualmente pueblan las instituciones.

También sería interesante abordar en el debate público la pregunta sobre cómo podemos hacernos fuertes en una situación de enfrentamiento en la que ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo en quién es el enemigo. En el «flanco oriental de la OTAN» del que les hablo no hay duda alguna al respecto y casi nadie pone en cuestión al aliado correcto. Pero apenas se aterriza en España, comienza un fascinante documental de La Dos sobre el apareamiento de los escorpiones. Y lo más grave es que aquí se ha desterrado el valor del bien común para quedarnos sólo con el del intercambio y eso ha tenido como consecuencia que hemos dejado de constituir una comunidad para ser solamente una sociedad, algo que en tiempos de paz pasa más inadvertido pero que en otro contexto resulta existencial.

En el resto de Europa, incluso en el Reino Unido, que ni pertenece a Europa ni está geográficamente más cerca que nosotros de la guerra en Ucrania, este debate ha sido sustituido y resuelto por la fuerza de los hechos. España, mientras tanto, parece flotar, en órbita, alrededor de los sucios escándalos y de un cortoplacismo estratosférico.

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