El astronauta de la catedral fue la premonición de un profeta nostradamusiano; el Padre Putas ejercía el privilegio de yacer primero con aquellas señoras, hoy se diría «sobrinas», del otro lado del río, para así bendecir el fornicio del resto; y, cada siete años, sigue desapareciendo misteriosamente un estudiante que se adentra en la Cueva de Salamanca. Estas son algunas de las chabacanadas con las que ciertos guías de grupos turísticos adoban las visitas a la ciudad de incautos que, en lugar de recurrir a guías oficiales, bucean en aplicaciones gratuitas y se embadurnan con chismes y mendacidades en diversos idiomas. Estas falsarias visitas guiadas se utilizan como gancho para revender entradas o recomendar ciertos establecimientos. Son básicamente un soporte publicitario que embauca a los turistas a base de chascarrillos y a costa de la verdad. Podría parecer anecdótico y muchos lo encontrarán irrelevante, especialmente aquellos que conciben el turismo en Salamanca como una máquina de hacer salchichas de beneficios a la que poco le importa el contenido de la molienda. Al fin y al cabo, fue aquí donde se inventó el subgénero de la Picaresca. Yo lo encuentro, sin embargo, un vicio reprobable que no debería ser permitido. Y con esto no quiero decir que todos los guías de los «free tour» y compañía sean unos farsantes, ni que todos los guías turísticos tengan que ser guías oficiales, sino que las autoridades deberían ejercer cierto control sobre la veracidad del relato que se expande y que nuestros visitantes se llevan de Salamanca. Un perfecto ejemplo de amoroso cultivo de nuestra historia y nuestra cultura desde fuera de las instituciones es el chat SOLO OCIO Y CULTURA de Carlos de Dios, al que difícilmente podremos agradecer sus usuarios, tanto salmantinos como visitantes, un servicio no sólo riguroso y exigente, sino además generoso y desinteresado. Aprovecho la ocasión para expresar mi reconocimiento por esta labor fecunda y admirable, que nos recuerda a diario, literalmente a diario, que desde la sociedad civil y en las antípodas de las subvenciones y el pesebrismo se puede hacer mucho por Salamanca y que se puede hacer con una perfecta combinación de sencillez y excelencia, respetando nuestra historia y nuestra identidad, que es tanto como respetarnos a nosotros mismos.
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Ha sido un profesor de Harvard, Steven Pinker, autor de «El principio del infinito», al que le he leído en alguna ocasión el desarrollo de esta idea: el progreso humano se deriva de nuestra capacidad para las buenas explicaciones de nosotros mismos. Lamentablemente, hoy la política se sirve del omnipresente relato para intereses bastardos, ignorando que lo que contamos de nuestra historia es un auténtico motor de construcción de conocimiento que nos impulsa indefinidamente hacia adelante o hacia atrás. Paul Rocoeur nos dejó claro que el relato histórico media entre verdad y ficción; López Bernal nos ha ilustrado sobre el papel de la imaginación y la estructura narrativa en la historiografía; y Daniel Bertaux ha demostrado el uso de los relatos, ciertos o no, para construir conocimiento social. Menciono a estos autores por si quisiera el lector dedicar un rato de agosto a ponderaciones más técnicas y profundas que las que caben en este artículo. Todas estas lecturas sugieren que es prudente dejar un margen a la creatividad, a la chispa que alimenta la elaboración de nuestra historia, pero igualmente indican que merece la pena hacer un esfuerzo por nosotros mismos, por salvaguardar el hilo de acontecimientos del que somos fruto y que desvela nuestro verdadero lugar en el mundo. Sin épicas trasnochadas, desde la saludable perspectiva crítica sobre de dónde venimos que nos permitirá ir hacia un destino más edificante. No permitir que se malbarate nuestra herencia y, sobre todo, respetar la verdad sin adulteraciones. Y no me refiero a esa Verdad con mayúsculas que se impone por sí sola, independientemente de nuestro más o menos acertado relato, sino a todas esas pequeñas verdades científicas, podríamos decir, que componen el mosaico de nuestra crónica, el acta de lo que nos ha hecho ser así y nos permitirá seguir siendo mejores en adelante.
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