Corral de muertos entre pobres tapias. Así describía Unamuno el humilde camposanto rural en medio de la planicie junto a cuyas tapias las ovejas buscan refugiarse del hostigo del cierzo. El poema en cuestión es «Un cementerio de lugar castellano». Puede que ese cementerio en concreto siga en pie a estas alturas. O que el cierzo, los vendavales y el abandono hayan derrumbado sus tapias de barro. Pero lo normal es que estos sagrados espacios de la postrera morada estén cuidados y presentables.
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Hace unos años visité el cementerio de Bonaventure, en Savannah, Georgia. Es uno de los camposantos más populares y conocidos del sur de Estados Unidos. Aunque hice el recorrido a pie, me sorprendió el tráfico de antiguos vehículos mortuorios cargados de turistas ansiosos por conocer, por un módico precio, los espacios más atractivos, si se puede decir así, de tan típicos enterramientos. Es una muestra palpable del necroturismo o turismo funerario, tan en boga en estos tiempos. En Savannah se pueden contemplar diversidad de tumbas, desde las viejas lápidas victorianas asentadas antes de la Guerra Civil norteamericana hasta las clásicas estatuas funerarias, además de obeliscos, lápidas, cruces y signos religiosos de todo tipo. No faltan ángeles en distintas posiciones señalando la última residencia de los inquilinos más famosos y pudientes. En cierto modo, podría decirse que el lugar es un jardín plagado de estatuas que conviven con el inquietante arbolado con musgo colgante a modo de gigantescas telarañas.
En España tendemos a alejar los cementerios de la vida general, al contrario de lo que ocurre en otras culturas donde los muertos conviven con los vivos en zonas ajardinadas por las que los vecinos pasean con normalidad. El visitante curioso puede entretenerse, incluso sorprenderse, ante la variedad de elementos artísticos, gráficos e iconográficos, incluso estrafalarios, que adornan la multitud de nichos y panteones. Y es que los muertos pueden proporcionar mucha información a los vivos. Recordemos a este respecto el cúmulo de curiosas extravagancias y jugosos epitafios recopilados hace ya unas décadas por Luis Carandell.
Hay cementerios famosos en el mundo por el turismo que atraen sus inquilinos: Highgate en Londres, con la tumba de Marx, por ejemplo; Père Lachaise en París, donde muchedumbres rinden tributo a Oscar Wilde; el cementerio británico de Carabanchel o el antiguo cementerio judío de Praga, por poner unos ejemplos. Ahora, también el de San Carlos Borromeo será objeto de visitas turísticas. Atractivos, desde luego, no le faltan. Yo sugeriría a los visitantes que traten de localizar el único panteón que exhibe una cruz distinta, la cruz celta con su típico círculo, que recuerda la presencia de los irlandeses durante más de tres siglos en Salamanca.
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