Uno pensaba que eso de las ordalías, juicios de Dios o pruebas de fuego eran cosa del Medievo y que habían desaparecido con el paso ... de los siglos. En épocas pretéritas se creía que las inocencias o culpabilidades quedaban demostradas mediante procedimientos extremos y bárbaros que hoy atentarían contra la razón y contra el más elemental sentido común. La intervención divina está, creo yo, para otras cosas, aunque haya quien se siga aferrando a trasnochadas supercherías a la hora de distinguir entre culpables e inocentes.
Publicidad
Últimamente se ha repetido mucho por parte de determinados políticos la expresión «meter» o «poner» la mano en el fuego por alguien. Y si la hubiesen metido, se habrían quedado con la mano churruscada. Tal ha sido el caso de quienes defienden a machamartillo la honradez (aunque digan impropiamente honestidad) de algún compañero de bancada o de mesa ministerial que a la postre pueda salirles rana. Son capaces de partirse la cara por un sinvergüenza, presuntamente corrupto y ladrón. Eso se da mucho en política en los tiempos que corren. Ministra Chus Montero, por ejemplo. En cambio, Koldo antes de entraren el trullo reconsideró sus lealtades.
También en legislaturas anteriores y con gobiernos de cualquier signo hubo quienes metían la mano en los rescoldos sin pestañear, aunque para mí tengo que estos de ahora son más de juicios temerarios. Tal vez porque se revisten a sí mismos de un irrefrenable sentido de impunidad al considerarse intocables. Figuras relevantes, con mucho mando y poder, se apresuraron a poner la mano en el fuego por personas a las que consideraban –equivocadamente o no— íntegras y, en consecuencia, inocentes. O sea, que los tales avalistas, inconscientes o mal intencionados, arriesgaron la escasa reputación de que gozaban al poner la mano en el fuego por alguien poco fiable. Está claro que en estas circunstancias la ideología partidista, insuflada hasta la médula en los incondicionales afiliados, ha podido más que la prudencia. La verdad, la inocencia y la maldad no siempre quedan demostradas mediante la justicia divina, la cual no en todas las ocasiones beneficia al justo. Los ingleses utilizan en situaciones similares una expresión más dramática que viene a decir «me dejaría cortar la cabeza», pero es mejor perder una mano antes de que le rebanen a uno el pescuezo.
En San Pedro Manrique (Soria) los mozos pasan descalzos sobre una alfombra de ascuas incandescentes la noche de San Juan llevado a hombros a otro lugareño. Me maravilla que no se quemen las plantas del portador. Ignoro los mecanismos físicos o mentales que lo impiden. Vista la poca fiabilidad de las contemporáneas ordalías y el más que demostrado margen de error en los casos de la política actual, yo no pondría la mano en el fuego ni siquiera por mí.