La lectura de los llamados tebeos (hoy «cómics»), tiras o historietas se asocia a las etapas infantiles y preadolescentes. También en la adolescencia se leían ... este tipo de publicaciones, pero de contenidos más adecuados para los intereses de unos lectores que ya afeitaban barba o se dejaban la pelusilla de un incipiente bigote. Alcanzada la edad adulta, determinadas publicaciones hicieron las delicias de una amplia gama de público fiel a los Mortadelos, al reportero Tintín o al galo Asterix, por mencionar dos cuadernillos bien conocidos, cuyas colecciones completas aún conservo y comparto con anónimos lectores que durante los veranos frecuentan mi biblioteca rural.
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Por razones de edad no me llamaron la atención ciertas publicaciones de la posguerra, como Flechas y Pelayos y otras similares de ideología falangistoide. La vertiente más ligera y extendida en mi época creo que era Pulgarcito, junto a personajes tan entrañables como Carpanta, Doña Urraca, las hermanas Gilda y otros muchos mitos instalados para siempre en el imaginario de esa generación.
Puedo asegurar que las tempranas lecturas de aquellos tebeos de la infancia alimentaron mi futura voracidad como asiduo seguidor de títulos tales como El Capitán Trueno, El Jabato, El Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín o incluso aquellas Hazañas Bélicas, cuyo despliegue de heroísmo quedaba patente en los episodios, ideológicamente muy marcados, de conflictos internacionales como la Segunda Guerra Mundial o la de Corea. Por sus páginas desfilaban héroes dibujados por un tal Boixcar, ya fuera apellido real o seudónimo. Sin olvidar, por supuesto, los imprescindibles Mortadelos, de Ibáñez, que aún releo de vez en cuando.
Mención aparte merecen las novelas del Oeste, subgénero denostado del que me tragué docenas y docenas de esos pequeños y manejables volúmenes que intercambiaba, mediante un módico estipendio, en el quiosco de al lado de casa. Veranos hubo, entre los 14 y los 15 años, en los que devoraba una novela diaria (a veces dos). Nombres de autores tan señeros como falsos, según supe muchos años después, aventaban una imaginación que cabalgaba por el lejano Far West entre vaqueros, indios y pistoleros de gatillo fácil. En las cubiertas se repetían nombres clásicos como Marcial Lafuente Estefanía, Zane Grey, Keith Luger, Silver Kane y otros.
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Puede que a los ojos de una literatura más seria y sesuda aquellas lecturas no fueran más que subliteratura deleznable, pero entre muchos de mi generación —en el caso femenino las obras de Corín Tellado— contribuyó a inocular unos hábitos de lectura que, debidamente encauzados mediante una correcta formación literaria, han permanecido para siempre en nuestro imaginario. Dudo de que las pantallitas de hoy día estimulen la misma afición lectora.