Echar la vista atrás en nuestra historia es un sano ejercicio que ilumina el entendimiento y ayuda a entender muchos comportamientos. En 1931, nuestros abuelos y bisabuelos no tenían internet ni Netflix, pero las voces más sensatas ya daban la voz de alarma ante la radicalización del panorama político. «No es eso, no es esto», escribía José Ortega y Gasset ante el ambiente radicalizado y revanchista que ya se generalizó en los primeros años del nuevo régimen. «»La República es una cosa -añadía-, el radicalismo otra. Si no, al tiempo»
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Tomo prestada esta mirada al retrovisor que el catedrático de Historia del Derecho Juan Carlos Rodriguez Nafría citaba hace unos meses porque en este julio que mayea y justo en el día en que, al parecer, termina el curso político, percibo una situación de confusión generalizada, de desenfoque, de estrategias interesadas de despiste practicadas por quienes rigen el cotarro que ya se están naturalizando desde hace tiempo en la ciudadanía. Habría muchos ejemplos, pero vamos a quedarnos con los más recientes.
La penúltima tormenta política se ha saldado con la dimisión de una parlamentaria del PP porque en su currículum registrado en el Congreso había ciertas, digamos, imprecisiones. Donde digo dimisión bien podría leerse «invitación a coger la puerta». Declarar en un documento público que se posee una formación que no tiene está feo. En cualquier otro momento, los partidos suelen solventar estos asuntos con una larga cambiada ante las críticas del rival. El habitual «y tú más». Sin embargo, en la actual ofensiva popular contra los casos de corrupción que asaltan al Gobierno, el currículum falseado de Noelia Núñez era un doloroso pedrusco en el zapato y un flanco débil para los siempre acechantes perros de presa.
Después ha llegado una caza de brujas generalizada en la que unos y otros han escudriñado a fondo y en tiempo récord la veracidad de los historiales formativos y laborales del de enfrente. Cada corrección, convenientemente aireada, era un disparo de trinchera a trinchera. Me parece admirable el derroche de celo profesional y de energías de todos esos asesores políticos entregados con fervor patriótico a buscar los trapos sucios del oponente. Asesores a los que pagamos todos, hay que recordar. Hay que volver un día sobre ese tema.
«No es esto, no es esto», volvería a decir hoy Ortega. Ya resulta insólito que los principales partidos hagan propuestas en positivo. Solo buscan empatizar con el votante atizando al rival lo más fuerte posible. Es julio y en Salamanca ya no vivimos sobresaltados por los accidentes en la carretera de la muerte. Hoy los sustos y las molestias vienen en tren. En las pocas conexiones que no nos han quitado, ya es habitual que un día sí y otro también los viajeros se queden atascados. Ayer una avería de un mercancías en Gomecello afectó a seis trenes. Otros días falla el aire acondicionado. Y si un medio de comunicación señala al ministro como responsable de un servicio chapucero, el excelentísimo se lo toma a broma y prefiere arremeter contra el medio jaleando a su corte de palmeros en redes sociales antes de dar explicación alguna, como correspondería. Cuando el sabio señala a la luna, el necio mira al dedo, decía Confucio. Y aquí Ortega volvería a decir, con aquel amargo desencanto: «señor Puente, no es esto, no es esto».
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Todo se empezó a ir al garete cuando dejaron de vernos como ciudadanos para considerarnos como posibles votantes a quienes hay que convencer a corto plazo. Parafraseando a Ortega, la Democracia es una cosa y este juego de trilerismo, otra bien distinta que no se sabe a dónde nos puede llevar. Desde luego, mirar atrás en la Historia no es que invite al optimismo.
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