Aquel día el Campo Charro amaneció bajo un blanco manto de nieve. Nunca olvidaré el insólito aspecto que presentaba la finca de Llen, en Las ... Veguillas, donde si los toros fueran conscientes del concepto de asombro, seguramente no saldrían de él, valga la frase. Era uno de esos días en los que me hubiera gustado disfrutar del paisaje, pero en cambio lo que tocaba era intentar encontrar indicios de la presencia del rey Juan Carlos en una de sus frecuentes escapadas de caza a Salamanca. Vamos, un marrón. Había llegado un chivatazo y no había forma de confirmar nada. Obligados por la lógica discreción, los guardeses de la finca no nos dijeron ni oste ni moste y periodista y fotógrafo terminamos por volvernos decepcionados a la redacción.
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Cuando ayer supe que se publicaba finalmente el libro de las memorias de su emérita majestad, lo primero que me vino a la cabeza fue aquellas zozobras profesionales que nos generaba la vida secreta de rey Juan Carlos. Las perdices, los jabalíes y los machos monteses seguramente celebraron en campos y sierras aquel día de 2014 en que anunció su abdicación. El episodio de los elefantes ocurrido dos años antes marcó el inicio del declive, y desde su renuncia, la imagen pública del monarca se ha ido descascarillando, como una vieja escultura abandonada.
El timonel de la Transición política en la sombra, el valedor de la Democracia española en la oscura noche del 23 F, el héroe de otros tiempos hoy caído en desgracia ya debe de estar saturado de toda la porquería que le han encontrado -hasta el momento- debajo de sus reales alfombras y quiere contarnos su historia. El intento humano de justificarse a los cuatro vientos cuando vienen mal dadas está a la orden del día. El mismo Pedro Sánchez ha buscado esta semana un poco de aire en pleno escándalo por los casos de Koldo, Ábalos y Cerdán explayándose en sendas entrevistas no precisamente hostiles. Lo hizo en los platós de TVE y la catalana RAC-1, urgido por la necesidad de recomponer el pacto que le invistió presidente y cuya reedición se ve cada día más lejana. Como el emérito, Sánchez busca lavar su imagen y contrarrestar el ruido mediático a su alrededor.
Con su libro «Reconciliación», el anterior jefe del Estado se suma a la larga lista de personajes que últimamente quieren colarnos su discurso porque temen estar perdiendo el relato. Dice que se están produciendo «distorsiones interesadas» y que le han »robado» su historia. El hombre que admitió que se había equivocado y que «no volvería a ocurrir» ya no tiene credibilidad para repetir la escenita de las muletas y se ha enfrascado en una batalla por restaurar su imagen pública que tiene perdida de antemano. Demasiados chanchullos, majestad. Demasiadas mentiras. También demasiada complicidad por parte de demasiada gente, periodistas incluidos, durante demasiados años.
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En este escenario de revisión crítica de la imagen del reinado de Juan Carlos I, la serie recién estrenada por TVE sobre la figura de su abuela Victoria Eugenia es otra bola de demolición contra el otro gran protagonista de la Monarquía española en el siglo XX, su abuelo Alfonso XIII. No se cuenta mucho que no se supiera ya, pero recordar la licenciosa vida privada del soberano que abrió la puerta a la II República Española y el desprecio y las infidelidades con las que maltrató a su esposa no debe haber sido plato de gusto para el actual rey. La celebración del inicio del camino a la democracia pudo haber sido un respaldo al papel de la Corona, pero precisamente don Juan Carlos es el primer responsable de haberse quedado fuera de la fiesta. Y también, seguramente, de haber acortado en unos años el futuro de la Monarquía en España.