Esta es la semana de Rafa Nadal en Salamanca y la ciudad tiene que estar a la altura, demostrar madurez y desarrollar la suficiente pericia que le permita rentabilizar que el foco mediático mundial se desviará durante unos preciosos minutos al Paraninfo de la Universidad. Para eso también hay que hacer sacrificios, realizar un ejercicio colectivo de generosidad aparcando las muchas cuentas pendientes y conteniendo el fragor de las críticas.
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No pretendo con ello deslegitimar el derecho que tiene todo el mundo a opinar que le parece un error, incluso hasta una desfachatez, investir honoris causa a un señor que ha escrito sus logros sobre una pista de tenis, en zapatillas y sin la trayectoria académica que sí se les ha exigido a otros que le precedieron en ese reconocimiento. Faltaría más, cada uno que diga lo que le venga en gana, pero lo que sí procede ahora es tirar de responsabilidad a la hora de medir el impacto de esas críticas más o menos sesudas.
Ya en su día me posicioné en estas mismas páginas a favor de la elección de Nadal. Me parece un acierto en forma y fondo, una poderosa herramienta de marketing para promocionar a la USAL que incluye un mensaje de calado para una sociedad demasiado distraída: el esfuerzo, la capacidad de superación, la positividad ante la adversidad y el respeto por encima de todo, al contrario, y a uno mismo. Entonces, me cayeron algunos palos que encajé con holgura, y es que uno sabe que meterse en charcos implica mancharse los zapatos.
Sería muy conveniente que esa bilis anti-Nadal surgida en Salamanca no pase estos días de una sordina apenas perceptible, no vaya a ser que un titular generoso con Salamanca y su imagen derive en el lodazal al que nos tienen acostumbrados desde que la polarización política se enraizó en esta sociedad inoculando miedos y odios en todos los bandos. No parece que esa versión más crítica sea rentable para casi nadie.
Otro señor al que seguramente todos conozcamos, que se llama Roger Federer y al que tampoco se le conoce una gran actividad académica, protagonizó un discurso de graduación en la universidad de Darmouth, en EEUU, en el que utilizó como argumento principal que, en una carrera plagada de éxitos deportivos, sólo había ganado el 52% de los puntos que había disputado como profesional. Millones de personas han visto esas imágenes y han encontrado en ellas un aliento inspirador. Ellos sí supieron estar a la altura y han cosechado su recompensa. A lo mejor habría que darle una vuelta.
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