El precio de una cabra ronda los 150 euros. Siendo así, seguro que podría comprarme un buen puñado si me hubieran dado un euro por cada vez que, en las últimas semanas, los tertulianos-todólogos de M-30 y alrededores han apelado a los rebaños caprinos como fórmula mágica para limpiar el monte y prevenir la propagación de los incendios forestales.
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El problema no estriba en la propuesta, que parece adecuada, pero se da de bruces con la realidad de los territorios que este verano han sufrido la pesadilla teñida de negro. Las cabras tiran al monte, pero no solas, tiene que existir quién las pastoree y se ocupe de su cuidado y saneamiento. Necesitan de alguien, con nombres y apellidos, que esté dispuesto a asumir ese trabajo tan duro y tan mal pagado. Y no hay valientes que se arriesguen a asumir esa tarea.
No lo digo yo. Se lo he leído a Susana Magdaleno en un interesante artículo de este mismo periódico en el que contaba que estas cabras-bombero que sacan a pastorear, dialécticamente hablando, en los platós de televisión, ya han demostrado ser un fracaso. Que se lo pregunten a Benjamín en Robleda o a Sikko, un holandés jubilado que también probó suerte en El Payo y que vive ahora un cálido retiro en la costa mediterránea. No aguantaron porque no es rentable. Dedicación plena, todos los días de la semana, e ingresos pírricos, sin poder meter un salario digno en casa. No hay mucho más que decir cuando dos más dos no suman ni tres.
Tortazo de realidad al discurso elaborado desde despachos acristalados que no contemplan el desafío que afrontan los emprendedores en el mundo rural. Los montes no están limpios porque no hay quién se parta el lomo con esa tarea, los pueblos se vacían y los que resisten peinan las suficientes canas como para legitimar su descanso. El resto, de visita cuatro días al año y para las fiestas. Demasiados pocos para una labor groseramente titánica.
Ante esta tesitura, la mirada se dirige a las instituciones que durante estas semanas han dedicado demasiados esfuerzos a darse de tortazos. Se les exige responsabilidades ante lo sufrido y soluciones de cara al futuro. Más les vale, a la hora de diseñar esas nuevas estrategias, que tengan en cuenta la situación del mundo rural y de sus gentes. Aunque los políticos son políticos y ya saben, la cabra siempre tira al monte. Por cierto, si quieren una, seguro que esta semana localizan buenos ejemplares en la Feria de Salamaq, el problema es encontrar quién se la cuide.
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