No sé si me da más pena, me provoca lástima o me indigna, pero está claro que el presidente, ya en funciones, de la Comunidad ... Valenciana, Carlos Mazón, ha demostrado su incapacidad para gobernar hasta la comunidad de vecinos de su casa.
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Le ha sobrado un año de calvario, a él, a su partido y a los valencianos. Un año que se hubiera ahorrado de especulaciones maliciosas que, seguramente, habrán perjudicado no solo a él, sino también a su propia familia y a su entorno más próximo.
No estaba donde debía estar ante semejante tragedia, independientemente de que sus explicaciones posteriores fueron torpes e infantiles, y eso es suficientemente grave para que se hubiera marchado al día siguiente. Porque no hay duda de que estaba también incapacitado para liderar la reconstrucción.
Gimotear, como hizo el día que anunció su dimisión o ayer en su comparecencia ante la comisión de las Cortes Valencianas, denota su vulnerabilidad como gobernante. Entiendo perfectamente desde el punto de vista humano que no haya soportado la presión, pero debería haber reflexionado mucho antes sobre su error, un error grave que en política tiene un coste y es la dimisión.
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Todo lo demás ha sobrado. Este año solo ha sobrevivido mirado a ver quién tenía más culpa, si él o el de enfrente, es decir Pedro Sánchez y el presidente del Gobierno si algo ha demostrado ha sido su capacidad de resistencia.
Pensar que Sánchez iba a actuar ante la tragedia de Valencia como un hombre de Estado era tanto como pedir peras al olmo o coles de Bruselas al naranjo. La actuación del inquilino de La Moncloa ha sido carroñera. Poco se puede esperar ya de un dirigente político que ha sido capaz de engañar a los suyos. En los libros de Historia de España, si es que después de la etapa del sanchismo todavía se sigue estudiando en las aulas, quedará para siempre escrita junto a su nombre la frase lapidaria: «Si quieren ayuda, que la pidan».
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Pero dice el bobalicón de Mazón que él lo creyó y que fue Feijóo, que tiene muchas más tablas, más temple y conoce al personaje clave del sanchismo, el que le advirtió de que no recibiría más ayuda que una soga para que él mismo se la pusiera en el cuello, como así ha sido. No es que el presidente valenciano haya pecado de crédulo. Ha pecado de idiota.
Hay que ser muy torpe para no suspender al mediodía cualquier acto que apareciera ese día en su agenda, porque a esa hora ya se estaban inundando pueblos enteros y digo yo que, aparte de la Aemet y de la Confederación del Júcar que han demostrado ser un desastre, habría alcaldes y concejales de su partido que estarían dando la voz de alerta.
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Pero lejos de admitir el error, da explicaciones sobre si es o no miembro del Cecopi. Las legalidades las dejamos para el Juzgado, pero su obligación como político responsable de una Comunidad y como valenciano es estar al frente, aunque solo fuera para reclamar todos los medios posibles que pudieran haber evitado cualquier daño y, sobre todo, estar al lado de sus paisanos, con los damnificados y con la familia de las 229 víctimas mortales, en un momento tan dramático. Tampoco entiendo por qué razón nadie de su equipo se presentó en el Ventorro y lo sacó de allí por las orejas.
Nadie estuvo ese día a la altura. Ni tampoco un año después. Como aves carroñeras están esperando para ver quién saca más provecho de la tragedia de cara a unas elecciones, incluido por supuesto Vox, que un año antes había abandonado su responsabilidad de Gobierno.
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Y lamentablemente si hoy hubiera otra dana se volvería a repetir el desastre, porque no se ha hecho nada para evitarlo.