CON OJO DE MUJER

La Dama de Noche

Este ojo observó cómo la ciudad se había convertido en una auténtica Dama de Noche bellísima, con sus mejores galas

El jueves por la tarde hacía mucho frio. Era ese frío del otoño invernal, el que se torna agradable en un paseo por las calles ... si el abrigo y los guantes van contigo, construyendo unas sensaciones que pasan de lo maravilloso a lo inesperado, del sentir al soñar.

Publicidad

Tenemos la suerte de vivir en una ciudad preciosa, más preciosa aun cuando el compañero de paseo es la soledad repleta de pensamiento. Cuantos la han paseado se enamoran de ella, porque es capaz de irradiar un espíritu que eleva, que envuelve, que embriaga. Cuando comencé el paseo a media tarde, allá a las 17 horas, la Plaza de Anaya ofrecía la sobriedad de los edificios en sombra, una sombra que se iluminaba con esa luz amarillenta, magenta como dice un artista enamorado también de esta ciudad, que prendía en focos las partes altas de Anaya. El sol de tarde la colgaba de los restos de un intenso cielo azul, raso, frío. Caminaba mirando hacia arriba, como se debe pasear Salamanca, empapándome de presente y de pasado, oyendo a la gente sin fijar la mirada y recordando los murmullos de la plaza que albergara, en otro tiempo, mi etapa estudiantil. Aún más, veía lo mismo que siendo muy niña… esa plaza en altura del edificio del Palacio de Anaya, donde estuviera en tiempos la Facultad de Ciencias, de dónde veíamos salir a mi padre por esa escalinata que domina la plaza. Comprendí entonces por qué nuestra ciudad es eterna, porque en esa altura, nada cambia.

La Rúa ya empezaba a hervir de gente, pero continuaba con esa luz del final del otoño. San Martín al fondo, con el sol que prendía su fachada del cielo azul. Llamaba la atención por su quietud. Yo disfrutaba de esos momentos pensando, cuántos antes que yo ya lo habrían disfrutado, estudiantes, escritores, extranjeros, artistas, ricos y pobres, pero nunca ajenos al regalo de la luz. El Corrillo con su paseo porticado y sus terrazas con jóvenes en manga corta, signo de la fogosa juventud con la inconsciencia de la enfermedad, estampa que nunca cambia. Llegué a la Plaza Mayor con toda la crestería de la fachada del Ayuntamiento ardiendo por esa luz cegadora, como una antorcha que dejaba en penumbra incluso al inmenso símil de abeto navideño puesto en el centro del cuadrilátero. No pude por menos que pedir a una joven que pasaba, que me sacara con mi móvil, una foto para dejar constancia de tanta belleza. No crucé la plaza, rodeé el abeto y me dirigí a la calle Toro, llena. Era como un mar de cabezas, unas subían otras bajaban. Sentí una ciudad viva, con el rumor del vivir.

Tras unas compras imposibles comencé el regreso, esta vez iluminado por las luces de una Navidad que empezaba. La Plaza llena, la Rúa plena… todo era una sinfonía de luz y color.

Este ojo observó, cómo la ciudad se había convertido en una auténtica Dama de Noche bellísima, con sus mejores galas, con su frio de cola, con sus luces diminutas llevándote al Patio Chico en la espalda de una catedral, esa que cuando paseas a su lado, siempre habla.

Este contenido es exclusivo para registrados

Publicidad