Cualquier creyente que se precie y conozca un poco los textos evangélicos conocerá perfectamente el contenido de esta cita, ahora bien, como no todo el mundo es creyente, lo haré más explícito: «Fui forastero y me hospedasteis». Es precisamente con este texto como termina el mensaje del obispo de la Diócesis de Salamanca a la comunidad diocesana ante los sucesos de Torre Pacheco en Murcia.
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Me encanta que el obispo se haya posicionado a la luz del Evangelio ante una realidad realmente triste, dura y lamentable. Me entristece que no sean pocas las personas que han descargado todo tipo de improperios y descalificaciones hacia quien simplemente se posiciona como discípulo de Jesús de Nazaret. Me duele aún más que sea en el seno de la Iglesia donde también se alcen voces en contra de su mensaje. Ciertamente, en un mensaje así es difícil entrar a hacer análisis profundos de la situación y posibles soluciones ante una realidad tan compleja. Ahora bien, qué parte no entendemos cuando el obispo dice: «Compartimos la preocupación, el rechazo y la repulsa ante las proclamas y acusaciones que, en estos días, algunos grupos y personas están vertiendo contra los migrantes afincados en nuestro país». No es para menos que nuestro obispo alce la voz a la luz del Evangelio, aunque muchos tengan una versión o una visión distorsionada del mismo. El prelado de Salamanca ha sido coherente en su mensaje, incluso diría que se ha quedado corto en los ejemplos de integración de los migrantes. De esos a los que muchos critican y atacan mientras los explotan con sueldos miserables o los buscan para trabajos que otros no quieren y en jornadas laborales por encima de las horas pagadas. Parece que muchos entienden mal aquello de: «a Dios rogando y con el mazo dando». Ciertamente, no son pocos los que se disfrazan con piel de cordero para actuar como verdaderos lobos, se revisten de católicos, apostólicos y romanos cuando en realidad parecen salidos de la prehistoria. Inconscientes muchas veces del alcance y las consecuencias que nos pueden traer sus planteamientos poco humanos y nada cristianos.
Estamos cargando de odio y crispación nuestra sociedad y, de seguir así, mucho me temo que cuando queramos detener la carrera de violencia y odio será demasiado tarde, entonces nos lamentaremos.
Señor obispo, si ladran es señal de que cabalgamos, haga oídos sordos a quienes son incapaces de superar sus propios miedos y se ahogan cada día en el mar de sus resentimientos. Continúe escuchando la voz de los sin voz y dando testimonio para generar la esperanza de creer que vivir el Evangelio en la Iglesia de hoy aún es posible. Ciertamente, como bien dice, «es tiempo de mantenernos vigilantes y de comprometernos a ser cuidadosos en gestos y palabras que construyan, a no darnos vacaciones en la acogida y en la valoración del diferente».
Remato con un pensamiento de Martin Luther King: «Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos». Creo que es el momento de aprender.
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