En mi última opinión prometí escribir algo sobre el tanatorio San Carlos hasta que se planteen las despedidas de familiares y amigos difuntos de otra manera, es decir, con un poquito de tiempo y cierta paz, sin presiones horarias. El título hace honor a la escultura que nos saluda en cuanto entramos por la puerta, obra del gran Agustín Casillas. Yo siempre he pensado que a esos sitios el dolor ya se trae de casa, pero visto lo visto y teniendo en cuenta actitudes y comportamientos por parte de muchos de los que acuden al lugar, quizá no esté de más ese recordatorio. Lástima que no haya por allí una escultura que anime al respeto, al silencio o la reflexión.
Publicidad
Claro que el respeto, el silencio y la reflexión nos hacen falta en el tanatorio y fuera de él. Mira por dónde que los incendios de este verano nos han llevado a vivir un momento de especial respeto, de silencio intenso y de reflexión profunda. Lo pude palpar, sentir y compartir ayer en la ermita de Nuestra Señora de los Reyes en el querido pueblo de Villaseco de los Reyes. Fue una Eucaristía presidida por nuestro obispo y compartida por cientos de personas llegadas de los distintos pueblos de la comarca, todos unidos ante el dolor, el sufrimiento, la pena, la angustia y muchos más sentimientos provocados por el fuego devastador.
Negra estaba la tierra y negro el corazón, pero había espacio para la esperanza compartida con timidez y con sencillez. La emoción se hacía presente y se percibía en las palabras de aliento y de ánimo compartido, también en las miradas húmedas que visibilizaban el recuerdo de los duros momentos vividos. Los abrazos y los apretones de manos hacían visible la emoción y la solidaridad, había ganas de compartir, de expresar, de comunicar ... Había ganas de liberar la tensión que aún quedaba en lo más profundo de quienes allí estábamos. Era difícil no emocionarse al ver el negro paisaje y los rostros doloridos de quienes vieron como el fuego les quemaba no solo las tierras y sus propiedades sino también sus vivencias, sus sentimientos o su espacio sagrado. Curiosamente era la sencillez del encuentro, compartido en una Eucaristía y después en una perrunilla mojada en un vino dulce, lo que generaba la paz y la calma que nace al no sentirse solos sino haciendo equipo, haciendo familia. Era simplemente la sensación de que juntos podemos revivir y reavivar, no la llama del fuego, sino la de la vida, de la vida compartida en una España quemada y vaciada que se resiste a verse reducida a cenizas. Es entonces cuando echas de menos a muchos, especialmente a quienes dicen hacer política con intención de mejorar la calidad de vida del pueblo. Qué bueno sería que quienes nos dirigen y quienes se oponen con el fin de mejorar la realidad, tuvieran tiempo para guardar silencio en lugar de despotricar, reflexionar en lugar de enredar y respetar más allá de sus intereses particulares. Sin duda alguna, si así fuera nos evitaríamos mucho dolor y mucho sufrimiento gratuito e innecesario.
Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión