Lo que ocurre con Ábalos, Koldo y Cerdán es el retrato perfecto de un país donde la corrupción ya no solo no escandaliza, sino que ... nos parece lo más normal. Se nos ha puesto piel de galápago en esto de la corrupción. Ábalos y Koldo, siguen en la calle como si tal cosa; Cerdán, está en prisión pero ya pide su libertad, convencido de que lo lógico sería disfrutar del mismo trato que sus compañeros de coche, de despacho y de sobres, y no sabemos si también de alegres compañías.
Publicidad
Estamos ante una trama de comisiones ilegales, contratos amañados y dinero en metálico que han circulado incluso por la sede del PSOE. Hay audios, testimonios y empresarios que confiesan haber entregado paquetes con miles de euros en Ferraz a cambio de favores. Todo bajo el techo de un partido que llegó al poder prometiendo «regeneración democrática» y se ha revelado como el rey de las cloacas.
Fueron precisamente los sobres con dinero opaco los que derribaron al Gobierno de Rajoy. Aquello, entonces, fue intolerable. Hoy, en cambio, los impresentables compañeros de Gobierno de Sánchez, que en su día le apoyaron contra Rajoy a cuenta de la corrupción, están encantados, porque mientras más debilidad gubernamental, más provecho para los enemigos de España.
Sánchez ha tenido la desfachatez de reconocer, entre dientes, que ha recibido «pagos en efectivo» del partido, como si fuera algo habitual y no una prueba de circulación de dinero negro. Es difícil imaginar qué facturas puede presentar el del Falcon en Ferraz, porque no tenemos noticia de que pague en ningún sitio. Ni trabajando, ni de vacaciones; ni por tierra, ni por mar, ni por el aire. Siempre se mueve en el gratis total, así que habría que ver cómo justifica las chistorras y las lechugas.
Publicidad
El PSOE se refugia en el ataque indiscriminado a los jueces que se limitan a aplicar la ley. Va a resultar que en España todos los magistrados y casi todas las instancias son una cuadrilla de fachas. Solo se salva el Constitucional, fuente de sabiduría y refugio final de los sanchistas perseguidos.
Se nos ha endurecido tanto la piel y la sensibilidad democrática que ya nadie habla de la moral, de la ejemplaridad que no depende solo de un auto judicial, sino del respeto a los ciudadanos que sostienen con sus impuestos los privilegios de quienes se burlan de ellos.
Publicidad
Todo esto sería un mal menor si el presidente del Gobierno hubiese ofrecido una explicación. Pero Sánchez, fiel a su estilo, prefiere jugar al despiste. Habla de «casos aislados», de «actuaciones individuales», como si el escándalo no le rozara. Como si no supiéramos que los tres granujas formaron parte del núcleo duro de su confianza. Si sus hombres más próximos manejaban sobres y comisiones, el problema no es individual: es sistémico.
Da igual. La impunidad se ha instalado en el seno del sanchismo como una costumbre. Si alguno de estos golfos acaba condenado, ya aparecerá el indulto o la mano que mece la cuna desde el Constitucional.
Publicidad
El ciudadano que ve cómo suben los impuestos y el coste de la vida asiste, incrédulo, a un espectáculo en el que los políticos se reparten sobres, blindan sus escaños y apelan a la «presunción de inocencia» como escudo para seguir cobrando y mangando (presuntamente). Si no hay dinero suficiente en las arcas del Gobierno para repartir tanta chistorra y tanta lechuga, la solución es subir los impuestos a los autónomos, a nuestros comerciantes, profesionales liberales, ganaderos, agricultores u hosteleros. En eso están, porque a la hora de recaudar y apañar nuestro dinero, por lo legal o lo ilegal, son insaciables.