La tragedia de los incendios que han arrasado miles de hectáreas en Castilla y León ha tenido esta semana un capítulo político inevitable: la comparecencia de Alfonso Fernández Mañueco en las Cortes. Lo fácil habría sido parapetarse en la defensa cerrada de la gestión de la Junta, cargar contra la oposición por utilizar los incendios para ganar votos de cara a las próximas elecciones y salir del paso. Pero el presidente regional eligió otro camino: reconocer errores, pedir disculpas y tender la mano. Una actitud poco habitual en política y que conviene valorar porque es justo lo contrario de lo que hacen otros.
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Mañueco recordó que el operativo desplegado ha sido el más grande en la historia de Castilla y León: más de 4.700 profesionales, la mayoría empleados públicos, 33 medios aéreos, cientos de cuadrillas y vehículos especializados. El presidente recordó que desde 2022 se han triplicado los fondos para prevención, alcanzando los 74 millones de euros, y anunció un Plan Especial de Restauración Forestal. No ha dicho, como acostumbra Pedro Sánchez, que todo está bien hecho y que no hay nada que mejorar.
Ahora bien, también quedó claro que no basta con lo hecho. Porque la magnitud de los fuegos, su simultaneidad y la dureza de un verano extremo han puesto de manifiesto carencias en la coordinación y en los tiempos de respuesta. Ahí está la clave de la autocrítica: «Se pudieron hacer las cosas mejor», reconoció el presidente. Hay margen de mejora para un operativo que debe ser cada vez más profesional y estable.
La oposición, mientras tanto, optó por el camino de la bronca, reclamando dimisiones y acusando a la Junta de improvisación. Pero el debate político no puede reducirse a la búsqueda del titular fácil. Castilla y León necesita unidad frente al fuego. No se trata de negar lo evidente (hay protestas legítimas de bomberos y agentes medioambientales, hay demandas de más estabilidad laboral y más medios propios, pero tras las manifestaciones hay una evidente intención política) sino de darles respuesta sin que ello derive en un espectáculo de confrontación que a nadie beneficia.
Conviene también mirar hacia Madrid. El Gobierno de Pedro Sánchez ha reducido la inversión en prevención forestal en Castilla y León en los últimos años. Y eso se nota. Porque la mejor extinción es siempre la prevención. No basta con enviar la UME cuando el fuego ya avanza; hacen falta planes a largo plazo, limpieza de montes, cortafuegos, repoblación inteligente y un calendario de trabajo continuo. Los recortes en esa materia son tan responsables del desastre como los fallos puntuales en la gestión autonómica.
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De cara al futuro, hay un camino que recorrer y que Mañueco ha apuntado: más recursos estables para los profesionales del operativo, un pacto autonómico por la prevención y una coordinación efectiva con el Gobierno central que evite que bases logísticas o medios aéreos se queden sin utilizar. Y, sobre todo, un compromiso compartido de todas las administraciones para que el campo de Castilla y León no vuelva a convertirse en un polvorín.
El fuego ha dejado cenizas y heridas abiertas. La política, en estos momentos, debe ser útil: reconocer errores, corregir fallos y sumar esfuerzos. Mañueco ha tendido la mano. Sería deseable que todos la recogieran.
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