Pedro Sánchez salió vivo del pleno bomba de los decretos gracias a la cobardía del hombre del maletero, que mandó a sus diputados al pasillo para permitir otra victoria 'in extremis' del presidente del Frankenstein II. Quienes albergaran la ilusión de que la cabezonería de Puigdemont podía reventar la legislatura y provocar elecciones anticipadas pueden abandonar toda esperanza. Lo ocurrido ayer en el Congreso confirma que no es en Moncloa sino en Waterloo donde se deciden los destinos de España, pero también que los unos están hechos para los otros y nunca romperán sus bastardas relaciones mientras la aritmética les permita seguir en el machito.
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Fue una jornada esperpéntica, como corresponde a un Parlamento donde la cómicamente llamada «mayoría de progreso» funciona no como una jaula no de grillos, sino de víboras, cada una de ellas dispuesta a despedazar a la otra para obtener cesiones y prebendas de Su Sanchidad, a quien tampoco tienen que presionar mucho porque paga gustoso a costa del dinero, la igualdad y la seguridad jurídica de todos. Lo único que une a los socialistas con los comunistas, proetarras y golpistas es la convicción de que cualquier alternativa de Gobierno sería peor para ellos, y en consecuencia mejor para España.
Puigdemont acabó entrando por el aro a cambio de un vago compromiso de subvencionar a las empresas que vuelvan a Cataluña (otro privilegio pagado con dinero de todos los españoles) y el resto de los compañeros de viaje del sanchismo terminaron arrodillados ante el líder supremo, salvo el gesto de rabia de los cinco de Pablo Iglesias contra la reforma del subsidio del paro, que no iba dirigido contra Sánchez sino contra su odiada ex compañera Yolanda Díaz.
Al final se vio que el PSOE no necesitaba apelar a los votos del PP y al «interés general» para sacar ese paquete de medidas que nos permitirá seguir con la economía como hasta ahora, es decir, de pena. Solo a un engreído enfermo de soberbia como Sánchez se le ocurre pedir el auxilio del líder de la oposición y ganador de las últimas elecciones en nombre del interés general de los españoles, después de levantar un muro contra el PP y quedar al otro lado conspirando contra España con los enemigos de España. El único y verdadero interés general para los españoles es acabar con el sanchismo y sus tóxicas compañías, pero visto lo visto, tenemos Frankenstein para cuatro años y un día. Una larga condena.
Embarcado en esas batallitas parlamentarias y ocupado en atender las demandas crecientes del esquizofrénico Puigdemont, el Gobierno carece de tiempo y ganas para escuchar a las instituciones salmantinas y portuguesas que sumaron fuerzas el martes pasado para exigir el AVE Oporto-Salamanca-Madrid. Es un esfuerzo tan necesario y conveniente como inútil.
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El mismo destino (la papelera) tendrán las quejas del PSOE de Salamanca, que ayer se rasgaba las vestiduras ante los engaños de Renfe y del Ministerio que ahora ocupa el vallisoletano Óscar Puente, el mismo que quiere contentarnos con unos trenes viejos traídos de Galicia. A los socialistas de esta provincia no se les ha escuchado mucho, más bien nada, desde la jubilación política de Jesús Caldera, de forma que sus apelaciones al Gobierno tienen la única virtud de confirmar un mínimo de dignidad en la Ejecutiva que comanda David Serrada. Ahora dicen que «serán exigentes en el cumplimiento de la palabra dada», como si Sánchez y sus camaradas no tuvieran la insana costumbre de incumplir todos sus compromisos, salvo los 'sagrados' asumidos con Puigdemont, el verdadero rey del mambo.
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