Nos advierten estos días los facultativos del recrudecimiento de las alergias y de extremar las precauciones frente a un ambiente cada vez más enrarecido e insalubre.
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El polen de los árboles, de las gramíneas, de las plantas en floración, los ácaros del polvo, el moho, los alérgenos alimentarios camuflados en frutas y verduras frescas, o como hemos visto este fin de semana, el legendario polvo africano colándose de nuevo de improviso por todas nuestras rendijas, puertas, ventanas y vías respiratorias. No salgan mucho de casa, nos dicen, o salgan provistos de las correspondientes mascarillas si quieren evitarse la rinitis, la conjuntivitis, la tos, la picazón en la piel, la tremenda fatiguita, los dolores de cabeza y hasta los problemas intestinales.
Lo que yo también me pregunto al hilo del desarrollo de estas hipersensibilidades, reacciones y rechazos es quién nos librará de todas esas otras alergias que estamos desarrollando muchos de nosotros hacia el mundo de la política cada vez más nocivo, gritón, crispado, insalubre, loco, convulso, alterado, excitado, agitado y violento. ¿Quién nos defiende de todo ese venenito que nos están inyectando en vena día tras día desde todo tipo de tribuna, altavoz, micrófono, tertulias, redes sociales?
¿Quién nos asegura que todo este nerviosismo que invade nuestras mentes, dolores de cabeza, hartazgo y cansancio que perciben nuestros organismos escuchándoles hablar todo el día de lo corruptos e inútiles que son los de enfrente y de lo mucho que cambiaría todo si ellos pudieran desarrollar sus brillantísimos planes y estrategias, no fuera el motivo de ese proceso alérgico que estamos desarrollando muchos ciudadanos hacia el mundo de la política, es decir, hacia aquella noble disciplina que debería gestionar nuestros asuntos públicos y que hoy ha quedado reducida a un guirigay de bronca salvaje y alboroto mediático y amarillista?...
Salvo honrosas excepciones ninguno parece tener interés en ocuparse de lo que importa, es decir, de las desigualdades bestias que padecemos, del paro, de los salarios y pensiones dignos, del acceso a la vivienda de nuestros jóvenes, del fortalecimiento de nuestro sistema sanitario y de tantas cosas como deberían preocuparse en vez de estar todo el día cargando impunemente el ambiente del veneno del odio, la crispación y el nerviosismo.
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Y lo peor es que ni siquiera aparecen esos cuatro listillos que como en aquel tiempo de las mascarillas, se apliquen en hacer su agosto comercializando algún mecanismo de defensa que pueda facilitarnos un poco la vida. Qué cruz.
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